viernes, diciembre 29, 2006

El año.


La otra noche me descubrí andando por las calles de mi ciudad entre medias de una niebla incipiente que le daba a todo un aire un tanto extraño. Me recordó a aquella vez que volvía en coche de una boda con unos familiares y, en una carretera de mala muerte, nos pilló una niebla densa a más no poder. Sentí miedo de verdad porque no se podía ver absolutamente nada, ni por atrás, ni por los lados y muy poco por delante, sólo un leve cacho de carretera tan escueto que parecía que iba a desaparecer de un momento a otro. Teníamos que ir a 20 y, sin embargo, mi corazón iba a 140.

Siento que en mi vida sólo puedo ver eso, un pequeño pedacito delante de mí…, tan a corto plazo como el trocito de carretera que queda visible en una noche de niebla espesa. No puedo ver más allá, no sé lo que pasará cuando me vaya paulatinamente de mi ciudad a otra nueva... Sé que atrás habrá niebla parcial y que si miro veo destellos de luz que corresponden a la gente que quiero y que están alumbrando con el mechero de su amistad, sé que siempre podré volver a sumergirme en ella, sé que mirar a los lados sirve más bien de poco, sé que la vida no es una autopista, sino una carretera de mala muerte, y sé que si miro hacia delante veo niebla que hace que vaya a 20 Km/h…, pero sé que por lo menos voy, o quiero, o debo...

Necesito. Quiero. Debo. Voy.

Me despido del año y de vosotros unos días antes de que el 2006 se esfume ya que lo pasaré fuera y estaré ausente. Sólo deseo para todos unos faros antiniebla potentes y mucha paciencia porque ya sabemos como están los repartos de Correos…, creo que no es mucho pedir, ¿no?

Un beso a todos y gracias por estar ahí este añito, en serio.

Audio: Small sins - At least you feel something

lunes, diciembre 25, 2006

Palomas asesinas.


Cada año odio un poco más a mis ex-compis de Universidad porque siempre llegan, como mínimo, 30 minutos tarde a la típica comida que solemos celebrar por estas fechas para no perder el contacto y saber los unos de los otros... Pero, claro, el más gilipollas de todos soy yo, que sabiendo lo impuntual que es la gente estoy allí a la hora en punto, cual estaca.

Lo bueno es que, al menos, me da tiempo suficiente para ver cómo funciona una plaza..., con sus palomas mugrientas, sus niños repelentes, sus padres vistiendo el mismo abrigo comprado en la sección de caballeros del Corte Inglés (ese de los botones en forma de colmillo), sus renos navideños hechos de cable y lucecitas y, acompañándoles, mis cojones hinchándose al ritmo del tic-tac del reloj.

Veo como una paloma picotea un hueso e intenta arrancar de él la poca carne que le queda y pienso que cuando alguno de mis amigos se digne a aparecer quiero convertirme en paloma y picarle en los huesos hasta dejarle sólo los cartílagos. Es una reacción de lo más normal, digo yo.

Me llama la atención que ahora la moda sea colgar unos Papá Noël en los balcones de forma que parece que van reptando hasta arriba..., sin embargo hay algunos que, en vez de eso, parece que están ahorcándose con una cuerda o retorciéndose medio moribundos por poder subir y, sinceramente, no me extraña ante semejante espectáculo navideño. Creo que no me importaría echarles una mano y hacerles el toque de la muerte para que no sufran más, pero la primera pareja de amigos hace aparición interrumpiendo mis pensamientos..., y así hasta que, 1h y 15m después de la hora fijada, ya estamos todos... Atacad, palomas, ¡atacad!

En la comida hablamos de nuestras vidas (trabajo, familia, pollas, planes de futuro, parejas ausentes, etc.). Entre los comensales está la pareja albaceteña en la cual ella es mi amiga y él es el típico novio añadido que saca el tema del agua y los trasvases para joder la marrana a los murcianos. “No entres al trapo, que es lo que quiere”, le susurro a una amiga pueblerina cuyo padre es agricultor y ese tipo de comentarios le toca de lleno. La misma que cuando se ríe empieza a dar palmas y batir las manos con tal fuerza que podría causar un efecto mariposa en Tokio totalmente devastador. Un espectáculo andante con pantalones de estos a media pierna y pantis de rayas horizontales (válgamelseñor, con el frío que hace). Y, bueno, también está la amiga que sigue liada con un cura, aunque no lo diga públicamente, pero de ella ya hablé en otro post y no me voy a repetir.

Ya en el café, el marido de mi amada Y., cuenta una anécdota de cómo los canarios están hechos de una pasta diferente a los peninsulares, que todo se lo toman con más calma, y pone el ejemplo de un día dónde, en un grupo de trabajo, estuvieron esperando totalmente desesperados y encabronados a una pareja isleña que no llegaba ni a la de tres, y que cuando por fin aparecieron con ese acento tan dulce y una amabilidad increíble pues no se atrevieron a decirles nada... Y ahí es cuando mi boca se abrió “Vamos, lo mismo que me ha pasado hoy con vosotros, ¿no?” Dije aderezando la frase con una gran sonrisa irónica que todos captaron con risas porque me conocen y saben que no me enfado con ellos por esas cosas aunque hubiese querido ser paloma para desollarlos vivos..., que una cosa no quita la otra, oye.

Y es que estoy seguro que el año que viene todos volverán a llegar tarde y a hacerme la puñeta, pero ahí estaré yo, en punto y deseando volver a verles, ya que por mucho que me queje, echo de menos esos momentos inolvidables que pasé con ellos en la Universidad... Hijosdeputa son, pero les quiero.

miércoles, diciembre 20, 2006

Dios mío..., ya llega.

Ya está aquíííí.......

-Mamá, me voy a la tienda “Electrofone” a darme de alta en la nueva promoción de Navidad. Ahora vuelvo.

-Vale, hijo.

Salgo y pienso que qué sentido tienen esas luces infernales que cuelgan en las calles con dibujitos de campanas tintineando si lo único que tintinea cada vez que las veo es la vena de mi sien derecha.

Madre mía, la gente se hacina dentro de las tiendas como si hubiera una amenaza nuclear, siendo que la verdadera amenaza es esa señora con los ojos inyectados en sangre que compra colonia a dos manos con el fin de desensibilizar las pituitarias de toda su familia.

En fin…, ahí está “Electrofone”. ¡Aleluya!

-Hola, buenas tardes –digo al entrar-. Quiero darme de alta en la promoción de Navidad y una descarga de 5 € cuando puedas.

-¿Estás seguro?

-Mmmmm, ¿sí?

-No, si yo lo digo por la cara que traes… ¿no preferirías una descarga de 10 o 20 €?

De repente me doy la vuelta y veo como un grupo de niños va por la calle cantando al unísono villancicos con sus zambombas y sus gorritos rojos. Noto como el cántico traspasa los cristales de la tienda y llega a mis oídos.

-No, mejor me vas a poner una descarga de 30 €… Creo que la voy a necesitar para poder soportar estas Navidades.

-Vale, pues pasa a la sala de descargas y ponte cómodo. No vas a notar nada y te vas a sentir completamente atontado durante el próximo mes. No te vas a enterar de nada.

-Eso es justo lo que quiero…, no enterarme de nada.

-¡Pues entra, entra!

domingo, diciembre 17, 2006

Arde.


Dicen que si te echas alcohol en una mano y tienes los santos cojones de prenderle fuego no te quemas…, sólo arde.

No es lo mismo si pones la mano encima de un mechero encendido. Ahí sí que te quemas, te lo garantizo.

¿Cuántas veces has deseado echar alcohol encima de tu vida, prenderla y verla arder pero sin llegar a quemarte? Yo muchas... Y ni que decir tiene que no hablo de quemar el cuerpo físico. No estoy tan mal.

Es algo así como flamearte las ramificaciones nerviosas para acabar sintiendo..., simplemente sentir...

Notar en la piel llamaradas de sensaciones que no queman, sólo arden. Acabar lanzándose a lo bonzo hacia las emociones.

No sabría explicarlo bien, pero me gusta.

Lo de los mecheros es otro cantar, eso se lo dejo a quien le apetezca jugar con fuego.


Audio: Small Sins - Small sins (big within)

jueves, diciembre 14, 2006

Pollo a la paradoja.


Juan Palamós publicaba exitosos libros de autoayuda que resultaban ser efectivos regalos para familiares, seres queridos o parejas. La gente nunca compraba un libro de Juan para su propio disfrute, como si el simple pensamiento de la necesidad de ayudarse fuera tan ofensivo como una verdad dicha a la cara sin ser esperada.

Sus lectores se sentían aliviados e identificados al deleitarse con tan sabias líneas. Casi todos creían haber pensado alguna vez algo de lo que Juan trataba en sus párrafos con inteligencia y sensibilidad. Algunos hasta subrayaban párrafos o los traspasaban a una libreta que, con el paso de los meses, se iba convirtiendo en un bloc de notas de palabras perdidas y sin sentido, pero que en el preciso instante en que eran leídas, y releídas por segunda vez, valían más que el consejo de una madre.

Juan se sentaba todos los días después de comer delante de su ordenador portátil y vomitaba pensamientos con un rítmico tecleo, siendo sus regordetes dedos los trasmisores de todo lo que había pensado justo antes de dormir, que era cuando más inspirado se sentía. Su mujer releía por la noche todo lo que había escrito mientras bebía un vaso de leche de soja con dos terrones de orgullo…, ese que sentía por su marido, lo removía, se tocaba la barbilla, sonreía y apagaba el ordenador con la sensación de que vivía la vida que quería vivir.

El editor de Juan se frotaba las manos cada vez que éste publicaba un libro, nunca había leído ninguno, pero a su mujer le encantaban. Todos y cada uno de los libros se vendían a la perfección, sin necesidad casi de hacer publicidad, el boca a boca lo hacía todo. El editor era el encargado de organizar las fiestas que proclamaban ese éxito como una realidad. La gente lo compraba impulsivamente y ellos lo celebraban

Un día Juan apareció muerto, se había suicidado cortándose las venas. Así tenía que ser y así fue; una muerte literaria. Al lado de su cadáver se encontró una carta que fue publicada en todos los periódicos y revistas.

Una día de la semana pasada creí haber perdido las llaves del coche que recientemente había estrenado, justamente el mismo en el que me enteré que mi amante no quería seguir viéndome porque creía que yo nunca dejaría de ser un egoísta ... ... ... Todo eso hizo que me sintiera hundido. Pasaron varios días y me sentí igual, no podía reestablecer el equilibrio del que tanto he hablado en mis libros, ese que predico y prescribo como la más efectiva receta para la felicidad. Entonces lo supe…, me di cuenta que nunca he creído en mis propias palabras, en nada de lo que he dicho, no las he podido usar en mi propio beneficio. Me sentí más triste aún, como si hubiera engañado a todos y cada uno de los que han leído alguno de mis libros…, sin embargo he caído en la cuenta que al único que he engañado ha sido a mí mismo. Ahora pocas cosas tienen ya sentido…

¿No es la vida paradójica?, pensó para sus adentros el oficial de policía mientras roía un muslo de pollo y doblaba de nuevo la nota de aquel escritor cuyo último libro adornaba su mesilla de noche desde hacía unas cuantas semanas.

domingo, diciembre 10, 2006

Buscando a "Feli" desesperadamente.

Es curioso cómo vamos por la vida en búsqueda de eso que se hace llamar felicidad…, y ya, ya sé que no he descubierto Roma, pero lo que no deja de chocarme es como, a veces, al tenerla delante y mirarla cara a cara sentimos una especie de desazón increíble… Yo creo que es porque mirar a la felicidad a los ojos e intentar conseguirla significa decidir, avanzar e investigar por los caminos de tu vida, levar las anclas y poner en marcha los motores, enfrentarte a tus miedos, tirar la red al agua y tirarte tú detrás, buscar flotadores a los que asirte constantemente e intentar llegar a tierra sano y salvo…, por eso hay gente que parece que se propone ser infeliz (o mediofeliz) ya que, quizá, le cueste demasiado esa “odisea en barco”, le de demasiado miedo y prefiera quedarse en el muelle agitando el pañuelo.

Otras veces simplemente es cuestión de azar y de cazar la felicidad con la palma de la mano e intentar no espachurrarla…, pero esas son las que menos.

Parece una gilipollez supina, pero he tardado tiempo en aprenderlo y, sobre todo, en decidirme a hacer algo al respecto… Por eso este año que entra me voy de mi ciudad para comenzar en otra. Sólo espero no encontrar mucho oleaje.

Y en medio de mi búsqueda creo que el otro día le felicidad me hizo una foto desde atrás sin que yo me diera cuenta. Será zorra...



Y vosotros… ¿os atrevéis a ser felices?

lunes, diciembre 04, 2006

De Kebabs y Lahmacuns.


-Es que no lo entiendo, en serio. Dice que está a gusto conmigo, follamos de vez en cuando, lo pasamos bien, yo no quiero nada serio y él lo sabe, sin embargo se acojona sin venir a cuento y se aleja. A los dos días, cuando se le ha pasado el agobio, me manda un sms diciendo que me echa de menos… Y yo estoy seguro que tiene que ver con que no ha superado lo de su ex y los líos mentales que eso le supone, ¡pero es que a mí ese vaivén me mata!

-Lógico. Yo es que esas personas digo que tienen el “Síndrome Ricky Martin” –le cuento mientras hago malabares para que no se me deshaga el Kebab.

-¿Síndrome Ricky Martin?

-Claro, porque son de esos tíos que dan “un pasito pa´lante María…, y un pasito pa´traaaaaaas”. Vamos, que lo suyo es pura coreografía sentimental.

-Pues tiene lógica, oye.

-¡Claro que la tiene! Es que, nene, en una relación siempre hay que dar pasos hacia delante, aunque sean micropasos... Emmmmm..., y también es importante que los micropasos sean lo único “micro” de la relación.

-Cierto.

-Muy cierto.

-Ains, qué pedazo de “Lahmacun” estás hecho.

-Lo sé –digo mientras mojo una patata frita en una salsa un tanto extraña.

miércoles, noviembre 29, 2006

Tristefilia.


Uno a veces siente esa especie de tristeza, algo así como cuando ves las migas de un trozo de pan desperdigadas por la mesa..., diminutas, despojadas de todo sentido, formando parte de un microcosmos de migas inservibles esperando que un dedo o un trapo las quite de en medio para que, finalmente, adquieran sentido y muerte a la vez. Es una tristeza similar a esa.

Pedro sintió algo así cuando una mañana se levantó y encontró que sus pupilas habían muerto ahogadas en un maremoto de lágrimas que le había asaltado por sorpresa la noche anterior.

Lo misma que siente Marta al despertar, abrir los ojos y ver mechones de su propio pelo jugando con su cara, revueltos y apelmazados por los remordimientos de haberse acostado con alguien que prometió no volver a ver en su vida.

Al igual que Aitor cuando monta en un autobús y recuerda su infancia en ese pueblecito de gente mayor y los muchos ratos que pasaba subido en aquel columpio ya oxidado y gastado que le hacía sentirse libre, como si volara con la mente y el cuerpo por encima de la tristeza que le invadía al mirar los tejados de su pueblo y la cara de su padre.

Es esa misma que nos recorre en ocasiones y que nos hace sentir como migas de pan a punto de ser engullidas por un trapo enorme llamado vida y que, endeblemente, lleva nuestro nombre cosido con hilo negro en una de sus esquinas...


Audio: Maximilian Hecker - Help me

domingo, noviembre 26, 2006

Reflexiones cinéfilas.

Dicen que las luciérnagas mueren pronto y que su luz puede dejar de brillar con la misma facilidad con la que echan a volar.

Y yo digo que si las luciérnagas mueren pronto podemos encontrar cerca de nosotros otras cosas que brillen y nos deslumbren un poquito cada día

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Dicen que la vida es una dura jugadora y que, a veces, pasan los días y es cómo si jugaras a “Piedra papel o tijera” con tu propio reflejo…, nunca ganas.

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Y yo digo que puede que ella gane a “Piedra papel o tijera”, pero ahí estamos nosotros para echarle un pulso y salir vencedores.

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Dicen que lo lógico es que cuando maduras y creces dejas atrás esa parte infantil que todos hemos tenido, olvidándola y dejándola oxidar como a una lata de caramelos…

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Y yo digo que de las cosas que más me gustan en este mundo, una de ellas es que me meza entre sus brazos como a un bebé (sí, ¡aunque suene cursi!), y la otra es verle sonreír como un niño pequeño, observar como lo ilumina todo no sólo con la sonrisa, sino también con los ojos, algo así como si tuviera dentro dos luciérnagas... Justo justo como lo está haciendo en este momento.


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Capturas: "La Tumba de las Luciérnagas" (sí, es TU peli)

jueves, noviembre 23, 2006

De pequeño.

De pequeño me moría de vergüenza cuando mi madre corría para que no se nos escapara el autobús y me arrastraba con ella mientras los viandantes observaban atónitos (o eso creía yo) como una señora vociferante y un apurado niño hacían el sprint de su vida.

De pequeño me gustaba llamar por teléfono junto a una vecina (mi actual mejor amiga, por cierto) para gastar bromas o quedarnos con la gente. Desde preguntar por el precio de una caja de condones en distintas farmacias (qué ingenuos éramos), hasta esperar a que alguien descolgara para decir "¿Está…?" y, antes de terminar la pregunta, poner el teléfono en semejante parte de mi amiga y que ésta emitiera una serie de pedos vaginales ante el estupor del interlocutor. "¿¿¿Perdón???", solían decir asustados antes de que volviéramos a repetir la misma jugada si las risas nos lo permitían... Recuerdo que una de las mejores llamadas fue cuando, por azar, dimos con un señor que no podía hablar, sólo emitía sonidos extraños, sin embargo se comunicaba con nosotros a través de la música de una especie de mandolina. Estoy seguro que, de alguna manera, le hacíamos feliz cuando llamábamos por sorpresa para pedirle que nos ofreciera un recital improvisado mientras escuchábamos atentos.

De pequeño vomitaba mucho; en viajes largos, cuando me agobiaba, cuando me sentía presionado. Ahora vomito…, pero palabras.

De pequeño tuve un pollo que me picó en un ojo y al que casi mato estampándolo contra el suelo por haberme hecho esa jugarreta. Los niños, a veces, son muy crueles… Yo lo era, al menos con el pobre pollo.

De pequeño no me gustaban ni los chicos ni las chicas, o eso quería hacerme creer cuando por las noches me tapaba con la manta del autoengaño.

De pequeño mis padres no me dieron nunca abrazos ni besos, quizá por eso estoy tan poco acostumbrado y, a veces, me cuesta ser cariñoso…, no porque no quiera, sino porque nadie me enseñó. Eso sí, creo que estoy aprendiendo y progresando adecuadamente, al menos me siento orgulloso cuando me dan esos ataques de abrazos de oso y esas metralletas de besos que dirigo hacia él.

De pequeño escondía las meriendas que no quería dentro de un taburete amarillo para luego tirarlas a la basura sin que me pillaran, hasta que un día mi madre miró ahí y vio varias rodajas de chorizo enmohecido que, estoy seguro, se pusieron a bailar a ritmo de su vena hinchada mientas cantaban “Sí, sí, ¡ha sido él!, ¿qué vas a hacer, buena mujer?”.


De pequeño creo que no fui muy feliz... De bebé seguro que sí, aunque mi cara sea de sorpresa.

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lunes, noviembre 20, 2006

Romantic Death.

Creí morir en la oscuridad de una caverna que no me dejaba respirar demasiado bien.

Sin embargo, casi al momento, me di cuenta que lo que estaba era agazapado en ti y que aquella caverna resultó ser tu cálido y acogedor cuello.

Estoy seguro que habría sido una romántica manera de morir...


The Sun - Romantic Death

miércoles, noviembre 15, 2006

Poniendo la oreja.


Ayer lo hice. Me acerqué lentamente a una de las paredes de mi habitación, la que siempre está más desnuda, me senté sobre el suelo y pegué mi oreja sobre ella, sin presión, sin crudeza, como cuando uno se recuesta sobre una almohada, pues igual.

Quizá uno no puede pretender que una pared te hable a la primera de cambio, pero, por otro lado, tienes la esperanza de que tantos años observándote desde esa palidez pétrea sirvan para algo y la familiaridad se anteponga a la sorpresa de sentir una inesperada oreja pegada sobre ti.

Pero no…, no oí nada. Fui iluso y pensé que las respuestas a mis preguntas podían estar sueltas por las tuberías de mi edificio y, debido a que son demasiado revoltosas como para salir a borbotones por los grifos de mi casa, decidí espiarlas de aquella manera.

No me gusta el sonido de la nada cuando espero un “semialgo”. Ni siquiera oí una respiración ahí sentado. Quizá mi casa esté paralizada, quizá se haya mimetizado conmigo, quizá justo en ese momento estuviese apoyando también su cabeza contra la mía esperando que yo le hablara para poder dar respuesta a alguna de sus preguntas.

Hice lo mismo con el ascensor y, una vez dentro, pegué mi oreja en él para que los resortes y engranajes dejaran de chirriar y me ofreciesen soluciones o, al menos, lograsen tranquilizarme en esos días donde el alma se inquieta y decide irse de cañas con los amigos dejándote como desnudo…. Sin embargo sólo conseguí llegar a mi piso y que se abriera la puerta metálica mientras yo seguía con la oreja pegada…, esperando.

Posé mi mano sobre el ascensor y le acaricié. Le di una “pasaíca” por la columna vertebral y esperé a que, agradecido, empezara a hablarme…, pero fue en vano.

Al menos, pensé, las paredes de los ascensores no están frías.



Audio: Slovo - Killing me

domingo, noviembre 12, 2006

Reflejos color plata que taladran.


Y mientras sostengo el teléfono con la mano izquierda veo reflejado en el techo de mi casa olas metálicas que atraviesan las cortinas, reflejos brillantes que van y vienen, que hipnotizan mis pupilas, que exaltan la poca tranquilidad que pasea por mis venas.

Y me gustaría convertirme justo en ese reflejo metálico para colarme por el agujerito del teléfono e ir nadando por el hilo hasta llegar al otro lado de mi interlocutora y atravesarle el cerebro. Meterme dentro de su cabeza y hacerle un destrozo por dentro. Ponerlo todo patas arriba.

Algo así como jugar al fútbol con sus lóbulos cerebrales, dejar las huellas negras de mis zapatos en su capacidad de habla para que cada vez que abra la boca saboree una áspera y sucia suela. Meterme por su oído y conectarlo directamente con su corazón, para que le susurre lo gris que es, para que se de cuenta de la neblina que lo intoxica día a día, que nunca tendrá como vecina a la empatía, que sólo admite sístoles de mentiras y diástoles de egoísmo.

Y es que hay días que uno se levanta con ganas de amamantar al mundo, y otros que por “h” o por “b” hacen que saque una ametralladora de los ojos, un animal agazapado de entre los labios, un escudo como mochila, el traje de camuflaje tatuado en la piel y unos pensamientos afilados capaces de cortar un filete con sólo mirarlo de soslayo.

Y la culpa de todo la tiene el papel metálico "Albal" que ondea en mi ventana para que las palomas se asusten y no caguen ahí, y es que, al darle el sol, se refleja fantasmagóricamente en el techo del salón de mi casa y hace que piense todo esto. Hay que joderse.

-Sí, perdona… ¿Me decías?


Audio: Motormark - I´m about to do something (that I´m gonna regret)

martes, noviembre 07, 2006

Shine.



Tracy Bonham - Shine (Pulsa Play)

Y su coche nos sirve de resguardo en un día lluvioso para ir a un mundo de robots, espacios siderales, alambres y “Áreas 51 del corazón”. Porque a veces no hay que ir muy lejos para encontrar un mundo paralelo que te invite a hacer un “miniviaje” metálico que suena a teclas de piano y hojalata.

Y a mitad de camino coge la pala de su sonrisa y cava entre los nubarrones que disfrazan el cielo para que pequeños rayos de luz buceen en el fondo de mi iris y se vayan topando con imágenes silicatadas de nosotros, esas que parecen brillar aún más que la canción que suena por la autovía..., "Shine", la cual ya había oido antes pero, cosas de la vida, no había adquirido significado hasta ahora. Qué curioso.

Porque después de tanto tiempo, y mientras escuchamos a Tracy Bonham, me alegra notar que aún brillamos entre ocasionales cielos grises que, de vez en cuando, se posan sobre nuestra cabeza como si fueran un sombrero y que, según me ha contado el tiempo en una tarde de café, lo que hay que hacer es sacudir fuerte la cabeza para recordar lo verdaderamente importante de todo esto…, que, por encima de todo (temporales incluidos), logramos seguir brillando con el chubasquero de nuestros abrazos puesto y bajo ese paraguas hecho de certezas que hemos ido cosiendo poco a poco.

viernes, noviembre 03, 2006

Ocupas.


Ayer por la tarde, al entrar al cuarto de baño de mi casa, fui recibido por una especie de bofetón de calor pegajoso en la cara. Y es que, un ambiente opresivo de estos que te ahogan, una sensación de malestar térmico e interno y unas luces medio fantasmales pueblan mi w.c. desde hace unos días.

Resulta que mi madre ha “adornado” con ocho velitas vestidas de un plástico rojo (las típicas que se ponen a los muertos) nuestra queridísima bañera, quedando todo de lo más tétrico.

Tal fue el mal rollo que se respiraba en mi cuarto de baño (y no porque nadie hubiera entrado antes), que tuve que pedir amablemente a los muertos que habitaban mi excusado que, por favor, saliesen un momento. Y es que nunca he podido mear delante de nadie vivo (manías de uno), cuanto menos delante de alguien muerto.

Vamos, hombre…

martes, octubre 31, 2006

Intentando que abran.


Llamas a la puerta y notas como los nudillos se te hunden en algo parecido a unas natillas de madera de pino. No sabes si has perdido las llaves o es que nunca las tuviste colgadas en tu llavero de “Te pasas la vida esperando y lo único que pasa es la vida”. Intentas hacer memoria para recordar dónde las has podido dejar pero todo está neblinoso, buscas el felpudo de “Bienvenido” pero no lo encuentras, sólo logras mirarte los pies descalzos y en carne viva que van dejando un semi-felpudo de sangre por todo el portal. Y vas e intentas escribir “Bienvenido” con los dedos pero el resultado es una masa informe de letras sin sentido, con lo cual usas el alma como fregona para limpiarlo y dejarlo todo como estaba.

Y vuelves a llamar, pero esta vez al timbre. Suena una melodía que parece que se burla de ti…, no hay duda, se mofa de ti. Llamas más fuerte mientras intentas taparte los oídos pero nadie contesta y tú quieres entrar, necesitas entrar, ansías entrar y ducharte con el gel de tus propios sueños, pero sabes que eso no va a suceder…

Y, finalmente, caes en la cuenta de que la puerta de la utopía raramente se abre, así que decides dar media vuelta y seguir caminando de vuelta a la realidad, esa que te pincha y te quema los pies poquito a poco y, de manera sutil, notas como vas dejando en el suelo unas huellas rojas que escriben tu nombre, apellidos y destino a lo largo del camino de regreso a casa…

Audio: Entre Ríos - Si Hoy

viernes, octubre 27, 2006

Sorpréndeme.


La vida me sorprende y eso me gusta… Quizá no sea una sorpresa de esas enormes que te deja con cara de gilipollas y las canillas temblando, pero al menos me toca con el dedo en la espalda y hace que me gire sin esperarlo. La miro a los ojos y me hace “¡buh, estoy aquí!”

Y me sorprendo sonriendo a una niña que me sonríe mientras me mira desde el patio de su guardería siendo que los niños no son para nada mis amigos ni me llevo bien con ellos (por no decir que no los soporto) y, sin embargo, por un instante (¡sólo por uno!) se me derriten los huesos al verla cómo me sonríe sin razón alguna.

Y me sorprendo observando al grupo de amigos de E. diciéndose verdades como puños a la cara y no molestarse por ello. “Pues es que hoy no me apetecía verte porque tengo el día raro”, le dice uno a la otra, “Hijo, habérmelo dicho que si no te veo tampoco pasa nada”, le contesta la una al otro. Y se siguen queriendo igual, oye.

Y me sorprendo echando de menos cuando, hace años, él me llamaba por teléfono o chateábamos y no paraba de hablar y de hablar sin apenas dejarme meter baza por ningún lado, y lo mal que me sentía por ello, por sentirme como un mero receptáculo de información descargada, y me doy cuenta lo mucho que ha cambiado el cuento desde ese momento hasta ahora (justo como yo quería o necesitaba) y, sin embargo, me sorprendo igualmente echando de menos algo de aquello, sin saber definir muy bien el qué.

A veces la vida, sin esperarlo, te roza la espalda como un gato lo haría con una pierna y no puedes remediar un escalofrío que rápidamente se pasa cuando te das cuenta que el semáforo está en verde y tienes que seguir caminando por donde pisas todos los días y lo único que ves es la boca abierta de los pasos de cebra esperando a que pises en falso para poder morderte…

viernes, octubre 20, 2006

Atrás...


Extracto de algo que escribí hace muchos, muchos años, reflejo de lo que deseaba que me ocurriese en ese momento, ejemplo de esos sueños silenciosos que todos tenemos y que, de vez en cuando, se transforman en palabras:

"Tenía que salir a buscarlo, volver a mirarlo, caerme de nuevo en mitad de la calle y que me tocara la muñeca…, tenía que encontrarlo. Apenas podía respirar por el simple pensamiento de que era probable que el azar no fuera generoso conmigo -hasta ahora nunca lo había sido, no tenía por qué empezar a serlo- y que, por su culpa, nunca más me iba a volver a cruzar con él, siendo su tacto el único recuerdo del que se impregnarían mis carencias.

Crucé el salón que olía a prisión y vi como los cuadros palpitaban a mi pasar... No sabía si había alguien en casa pero tampoco me iba a esforzar en averiguarlo, sólo quería meterme en mi habitación y bajar la persiana, no dejar ni una rendija por la que pudiera pasar recuerdo alguno de aquella mañana, dejar mi mente en negro -nunca en blanco ya que en un fondo de esa tonalidad se pueden escribir letras- y mimetizarme con la cama como tantas veces había hecho.

Allí, bajo las sábanas, lo único que quería era salir a la calle y gritar su nombre hasta que, al doblar una esquina, me lo cruzara de nuevo. Sería justo en ese momento cuando le entregaría mi muñeca..., la había tocado y era suya."

lunes, octubre 16, 2006

Bonjour, Ginebra. Au revoir, Ginebra.


Viajar en avión hacia Ginebra ha sido una experiencia nueva y nada traumática para mí…, al menos tenía su pierna para apretarla en el momento del despegue que fue justo cuando mis gónadas se subieron un poco a mi garganta para volver a bajar a su sitio y tocar tierra dos horas después. No fue nada grave, pero qué felices se pusieron, oye.

Pues sí, Ginebra is different… ¿o lo es Spain? El caso es que Ginebra no es una ciudad que te deslumbre o te impresione enormemente sino que te va conquistando desde el primer momento que vislumbras a través de la ventanilla del avión esas preciosas vistas aéreas en toda su extensión, también por su tranquilidad, sus inmensos parques verdes, la variedad de gente que camina por las calles, la educación de todo el mundo ("merci", "bonjour" y "s´il vous plaît" son palabras que tienes que tener constantemente en la boca), por el silencio que destila el asfalto al pisarlo, los paisajes urbanos tan diferentes a los españoles y la sensación de que allí se aprovecha más el tiempo y la vida que aquí.

No se puede contar un viaje de casi cinco días en pocas líneas, es imposible. Pero me quedo con muchísimas cosas que, me temo, no voy a poder enumerar en su totalidad… Está:

  • Tu entusiasmo por enseñarme y ofrecerme parte de ti a través de sitios y lugares.
  • La mañana que pillamos unas bicis gratis para dar una vuelta por el jardín botánico y dónde casi me la roban por un despiste mío... Menuda bronca me llevé y cómo pasé de ella porque no quise que nadie me rompiera la paz de hacer fotos a parques indescriptiblemente bonitos.
  • El acercamiento a personas de nuestro grupo que creía que nunca me iba a acercar y el alejamiento total de una chica del mismo grupo que era una mazamorra de cuidado y que sobraba de Ginebra y, si me apuras, del mundo.
  • Tu ayuda a la hora de traducir y pedir las cosas por mí…, me percaté de que no lo hiciste con todos. Y no, no hace falta que lo dijera M., pero es curioso cómo se dio cuenta de lo mucho que cuidas de mí y de la enorme verdad que es.
  • La china “mórbida” que nos atendió en aquel restaurante y que nos puso un té made in “aguachirri”.
  • Tu cara y tus ojos emocionados al retrotraerte en el tiempo y volver a ser el niño que jugaba en el patio de la escuela o iba al Museo de las Ciencias a soñar que se quedaba encerrado en él y era totalmente feliz rodeado de aquel olor y aquellos animales disecados y minerales.

  • Tu honradez al sacar los billetes de metro y autobús pese a saber que el revisor nunca pasa para comprobarlos pudiendo habernos colado sin ningún problema y comprobar, como realmente comprobamos, que a los ginebrinos también les huele el sobaco.
  • El cactus con forma de polla.
  • Tu cara dando vueltas en aquella atracción del parque infantil mientras te grababa en vídeo.
  • Aquel supermercado cutre y su dependienta llamada Marika.
  • Los abrazos y besos furtivos que dejamos allí.
  • Ese director de cine mexicano que conocimos y que nos mintió diciendo que su peli fue nominada a los Oscar como mejor película extranjera… Que no, que lo he buscado y era to mentira.
  • La maricona rara del hostal a la que criticamos estando a su lado por ser sumamente rancio y maleducado y luego descubrir que hablaba español a la perfección. Ups!
  • Los ñoquis con gorgonzola que me hicieron estar eructando una tarde entera.
  • Tu decepción al darte cuenta que las cosas cambian con el paso de los años y no era todo exactamente igual a como lo era antes.
  • La rotura del taco de mi maleta quedándose totalmente coja frente a tu mirada divertida y mi grito de: “¡¡Yo sabía que no me podía ir de aquí completamente feliz!!”… Mentira, sí que me fui así…, melancólicamente feliz.
  • Tantas cosas y sensaciones que permanecerán aquí dentro y que se mezclarán como las cartas de una baraja junto con otros recuerdos felices que voy tejiendo gracias a ti para formar un póker de ases o una escalera de color... (obviamente rojo)

Y, sobre todo, con esa frase que dijiste al volver de Ginebra en el avión… “Te voy a echar de menos"... Yo también, te lo puedo asegurar.

Ten en cuenta que ha sido la primera vez pero no la última que viajaremos para sentir que disfrutamos del mundo y de todo lo que nos ofrece para seguir cargando nuestra maleta de múltiples recuerdos, esa que para nada está coja.

martes, octubre 10, 2006

Un pasaporte, por caridad...


El sábado noté el peso del mundo encima de mi cuando me di cuenta de que mi DNI estaba caducado…, ese que, a priori, iba a usar para cruzar fronteras y aterrizar el miércoles 11 a mediodía en Ginebra.

Sin pasaporte y con el DNI caducado no pude hacer otra cosa que agobiarme, culparme por ser un irresponsable, llorar de rabia y decepción, pensar que no podría ir al viaje que tenía planeado desde el mes de Agosto, ponerme el pijama del pesimismo y, lo que es más importante, fallarLE.

El fin de semana se convirtió en un calvario que no voy a contar y donde sólo quería que pasaran los minutos para poder ir el Lunes a primera hora a la comisaría y rogarles que me hicieran el pasaporte de urgencia puesto que mis amigos me habían dicho que tardaban dos o tres días en dártelo…, y yo no tenía tantos.

El Lunes me desperté a las 5 de la mañana y a las 5.45 ya estaba sentado en el portal de la comisaría haciendo cola para que me dieran número…, cola que no empezó a formarse hasta las 8 menos algo, pero yo no quise arriesgarme y preferí hacer compañía a las farolas de mi ciudad y a los lejanos tubos de escape de los coches más madrugadores.

Por supuesto me dieron el número 1, por supuesto que estaba acojonado cuando leí un cartel que ponía “Por la implantación del nuevo pasaporte existen demoras en la atención al ciudadano”, por supuesto que me puse a temblar y temí lo peor, por supuesto la vida, algunos amigos y sobre todo él me hicieron ver una vez más que no hay que pensar tanto en negativo y que hay que confiar en que todo puede salir bien. Cuando le conté mi situación a la señora funcionaria me dijo tranquilamente: “Mañana por la tarde lo tienes. No te vamos a dejar aquí, ¿no?”…Y pude respirar…, pero por un solo pulmón. Hasta que no he recogido mi pasaporte esta tarde con mis propias manos no he usado los dos.

¿Y por qué todo esto es más que un viaje en avión?

Pues porque Ginebra es SU ciudad natal, la cuna de sus recuerdos, la cesta de sus mejores años, el chupete de su infancia, el cielo de su despertar, el punto de su interrogación, el lugar que le despertó cada mañana, su primera piel, el metro con el que fue midiendo la desmedida proporción de preguntas en su cabeza…

Y voy a compartir con él un trozo de su historia, voy a pasear por los mismos sitios que pisó siendo un crío, voy darme un baño en sus recuerdos y en sus anécdotas, y, ante todas las cosas, lo voy a poder ver todo reflejado a través de sus pupilas (no me habría perdonado que no hubiese sido así)..., pupilas emocionadas al recordar esos años pasados, pupilas de ese niño que de vez en cuando regresa a su mirada y del que me enamoré como un gilipollas hace ya unos años, pupilas que junto a las mías crearán fotografías a color las cuales podremos revelar todos y cada uno de los días que nos quedan por vivir.


Afortunadamente Ginebra me espera...

sábado, octubre 07, 2006

La mazamorra.

La otra noche bajó mi nueva vecina a casa para traernos a mi familia y a mí un detalle de esos que tienen los nuevos y buenos vecinos. El caso es que nos obsequió, a parte de con sus buenas intenciones, con una comida típica de su país (ella es latina pero no sé exactamente de dónde). “Se llama Mazamorra de maíz”, nos dijo. Mis padres quedaron encantados con ese detalle y ellos, que son muy hospitalarios, dejaron a un lado su pequeño ramalazo racista (gracias a dios que no se hereda) y se ofrecieron, como buenos vecinos que realmente son, a cualquier cosa que pudieran ayudar a ella o a su familia (en plan vecinal, claro). Todo ello en presencia de la susodicha vecina y de su hijo que, curiosamente, llevaba unas chanclas como doradas que parecían de niña y que acompañaba con unos quiebros de cadera muy característicos.

Total, que la Mazamorra en cuestión es una especie de caldo que se tiene que tomar caliente, de sabor dulce, aspecto grumoso y al que puedes acompañar con queso o algo salado. Esa misma noche lo probé y no sabría decir si me gustó o no…, era una sensación extraña. Lo pruebas y el sabor es agradablemente dulce, pero hay algo que no te cuadra y que hace que no te termine de gustar del todo. Tomas otra cucharada pero llegas a la misma conclusión, está rico pero…, y otra más, y vuelves a probar, así hasta que finalmente tienes que ir al W.C., claro.

El caso es que eso me hizo pensar en algo que no tiene nada que ver ni con la flora intestinal ni con la cocina latina. Me hizo recordar que existen personas de aspecto dulce pero que no terminas de tragarlas del todo. Hay algo en ellas que se te atraganta y, sin embargo, reconoces que no son malas personas, que parece que tienen buen fondo, pero…

No, no se trata de prejuzgar, sino de ese “feeling”, esa intuición que te dice que detrás de esa dulzura o esa sonrisa hay algo más que no te convence del todo e intentas descubrir qué es o, bueno, hay gente que directamente pasa de andar cual Sherlock Holmes y no hay investigación que valga…, eso va a gusto del consumidor y de la forma de ser de cada uno.

El caso es que a mí me pasa con ellos lo mismo que con la mazamorra, que me gusta pero no sé por qué no me termina…, así que he decidido bautizar a ese tipo de personas como “mazamorros”… Totalmente decidido, a partir de ahora los llamaré tal cual. Afortunadamente no hay muchos mazamorros en mi vida, casi todas las personas que conozco o son dulces, amargas, saladas, ácidas o picantes, pero nunca con ese sabor característico que intento describir y que tanto me mosquea.

Y todo este nuevo concepto y pensamientos gracias a la vecina del cuarto y a su hijo de chanclas de hada. Qué chévere, ¿no?