martes, octubre 31, 2006

Intentando que abran.


Llamas a la puerta y notas como los nudillos se te hunden en algo parecido a unas natillas de madera de pino. No sabes si has perdido las llaves o es que nunca las tuviste colgadas en tu llavero de “Te pasas la vida esperando y lo único que pasa es la vida”. Intentas hacer memoria para recordar dónde las has podido dejar pero todo está neblinoso, buscas el felpudo de “Bienvenido” pero no lo encuentras, sólo logras mirarte los pies descalzos y en carne viva que van dejando un semi-felpudo de sangre por todo el portal. Y vas e intentas escribir “Bienvenido” con los dedos pero el resultado es una masa informe de letras sin sentido, con lo cual usas el alma como fregona para limpiarlo y dejarlo todo como estaba.

Y vuelves a llamar, pero esta vez al timbre. Suena una melodía que parece que se burla de ti…, no hay duda, se mofa de ti. Llamas más fuerte mientras intentas taparte los oídos pero nadie contesta y tú quieres entrar, necesitas entrar, ansías entrar y ducharte con el gel de tus propios sueños, pero sabes que eso no va a suceder…

Y, finalmente, caes en la cuenta de que la puerta de la utopía raramente se abre, así que decides dar media vuelta y seguir caminando de vuelta a la realidad, esa que te pincha y te quema los pies poquito a poco y, de manera sutil, notas como vas dejando en el suelo unas huellas rojas que escriben tu nombre, apellidos y destino a lo largo del camino de regreso a casa…

Audio: Entre Ríos - Si Hoy

viernes, octubre 27, 2006

Sorpréndeme.


La vida me sorprende y eso me gusta… Quizá no sea una sorpresa de esas enormes que te deja con cara de gilipollas y las canillas temblando, pero al menos me toca con el dedo en la espalda y hace que me gire sin esperarlo. La miro a los ojos y me hace “¡buh, estoy aquí!”

Y me sorprendo sonriendo a una niña que me sonríe mientras me mira desde el patio de su guardería siendo que los niños no son para nada mis amigos ni me llevo bien con ellos (por no decir que no los soporto) y, sin embargo, por un instante (¡sólo por uno!) se me derriten los huesos al verla cómo me sonríe sin razón alguna.

Y me sorprendo observando al grupo de amigos de E. diciéndose verdades como puños a la cara y no molestarse por ello. “Pues es que hoy no me apetecía verte porque tengo el día raro”, le dice uno a la otra, “Hijo, habérmelo dicho que si no te veo tampoco pasa nada”, le contesta la una al otro. Y se siguen queriendo igual, oye.

Y me sorprendo echando de menos cuando, hace años, él me llamaba por teléfono o chateábamos y no paraba de hablar y de hablar sin apenas dejarme meter baza por ningún lado, y lo mal que me sentía por ello, por sentirme como un mero receptáculo de información descargada, y me doy cuenta lo mucho que ha cambiado el cuento desde ese momento hasta ahora (justo como yo quería o necesitaba) y, sin embargo, me sorprendo igualmente echando de menos algo de aquello, sin saber definir muy bien el qué.

A veces la vida, sin esperarlo, te roza la espalda como un gato lo haría con una pierna y no puedes remediar un escalofrío que rápidamente se pasa cuando te das cuenta que el semáforo está en verde y tienes que seguir caminando por donde pisas todos los días y lo único que ves es la boca abierta de los pasos de cebra esperando a que pises en falso para poder morderte…

viernes, octubre 20, 2006

Atrás...


Extracto de algo que escribí hace muchos, muchos años, reflejo de lo que deseaba que me ocurriese en ese momento, ejemplo de esos sueños silenciosos que todos tenemos y que, de vez en cuando, se transforman en palabras:

"Tenía que salir a buscarlo, volver a mirarlo, caerme de nuevo en mitad de la calle y que me tocara la muñeca…, tenía que encontrarlo. Apenas podía respirar por el simple pensamiento de que era probable que el azar no fuera generoso conmigo -hasta ahora nunca lo había sido, no tenía por qué empezar a serlo- y que, por su culpa, nunca más me iba a volver a cruzar con él, siendo su tacto el único recuerdo del que se impregnarían mis carencias.

Crucé el salón que olía a prisión y vi como los cuadros palpitaban a mi pasar... No sabía si había alguien en casa pero tampoco me iba a esforzar en averiguarlo, sólo quería meterme en mi habitación y bajar la persiana, no dejar ni una rendija por la que pudiera pasar recuerdo alguno de aquella mañana, dejar mi mente en negro -nunca en blanco ya que en un fondo de esa tonalidad se pueden escribir letras- y mimetizarme con la cama como tantas veces había hecho.

Allí, bajo las sábanas, lo único que quería era salir a la calle y gritar su nombre hasta que, al doblar una esquina, me lo cruzara de nuevo. Sería justo en ese momento cuando le entregaría mi muñeca..., la había tocado y era suya."

lunes, octubre 16, 2006

Bonjour, Ginebra. Au revoir, Ginebra.


Viajar en avión hacia Ginebra ha sido una experiencia nueva y nada traumática para mí…, al menos tenía su pierna para apretarla en el momento del despegue que fue justo cuando mis gónadas se subieron un poco a mi garganta para volver a bajar a su sitio y tocar tierra dos horas después. No fue nada grave, pero qué felices se pusieron, oye.

Pues sí, Ginebra is different… ¿o lo es Spain? El caso es que Ginebra no es una ciudad que te deslumbre o te impresione enormemente sino que te va conquistando desde el primer momento que vislumbras a través de la ventanilla del avión esas preciosas vistas aéreas en toda su extensión, también por su tranquilidad, sus inmensos parques verdes, la variedad de gente que camina por las calles, la educación de todo el mundo ("merci", "bonjour" y "s´il vous plaît" son palabras que tienes que tener constantemente en la boca), por el silencio que destila el asfalto al pisarlo, los paisajes urbanos tan diferentes a los españoles y la sensación de que allí se aprovecha más el tiempo y la vida que aquí.

No se puede contar un viaje de casi cinco días en pocas líneas, es imposible. Pero me quedo con muchísimas cosas que, me temo, no voy a poder enumerar en su totalidad… Está:

  • Tu entusiasmo por enseñarme y ofrecerme parte de ti a través de sitios y lugares.
  • La mañana que pillamos unas bicis gratis para dar una vuelta por el jardín botánico y dónde casi me la roban por un despiste mío... Menuda bronca me llevé y cómo pasé de ella porque no quise que nadie me rompiera la paz de hacer fotos a parques indescriptiblemente bonitos.
  • El acercamiento a personas de nuestro grupo que creía que nunca me iba a acercar y el alejamiento total de una chica del mismo grupo que era una mazamorra de cuidado y que sobraba de Ginebra y, si me apuras, del mundo.
  • Tu ayuda a la hora de traducir y pedir las cosas por mí…, me percaté de que no lo hiciste con todos. Y no, no hace falta que lo dijera M., pero es curioso cómo se dio cuenta de lo mucho que cuidas de mí y de la enorme verdad que es.
  • La china “mórbida” que nos atendió en aquel restaurante y que nos puso un té made in “aguachirri”.
  • Tu cara y tus ojos emocionados al retrotraerte en el tiempo y volver a ser el niño que jugaba en el patio de la escuela o iba al Museo de las Ciencias a soñar que se quedaba encerrado en él y era totalmente feliz rodeado de aquel olor y aquellos animales disecados y minerales.

  • Tu honradez al sacar los billetes de metro y autobús pese a saber que el revisor nunca pasa para comprobarlos pudiendo habernos colado sin ningún problema y comprobar, como realmente comprobamos, que a los ginebrinos también les huele el sobaco.
  • El cactus con forma de polla.
  • Tu cara dando vueltas en aquella atracción del parque infantil mientras te grababa en vídeo.
  • Aquel supermercado cutre y su dependienta llamada Marika.
  • Los abrazos y besos furtivos que dejamos allí.
  • Ese director de cine mexicano que conocimos y que nos mintió diciendo que su peli fue nominada a los Oscar como mejor película extranjera… Que no, que lo he buscado y era to mentira.
  • La maricona rara del hostal a la que criticamos estando a su lado por ser sumamente rancio y maleducado y luego descubrir que hablaba español a la perfección. Ups!
  • Los ñoquis con gorgonzola que me hicieron estar eructando una tarde entera.
  • Tu decepción al darte cuenta que las cosas cambian con el paso de los años y no era todo exactamente igual a como lo era antes.
  • La rotura del taco de mi maleta quedándose totalmente coja frente a tu mirada divertida y mi grito de: “¡¡Yo sabía que no me podía ir de aquí completamente feliz!!”… Mentira, sí que me fui así…, melancólicamente feliz.
  • Tantas cosas y sensaciones que permanecerán aquí dentro y que se mezclarán como las cartas de una baraja junto con otros recuerdos felices que voy tejiendo gracias a ti para formar un póker de ases o una escalera de color... (obviamente rojo)

Y, sobre todo, con esa frase que dijiste al volver de Ginebra en el avión… “Te voy a echar de menos"... Yo también, te lo puedo asegurar.

Ten en cuenta que ha sido la primera vez pero no la última que viajaremos para sentir que disfrutamos del mundo y de todo lo que nos ofrece para seguir cargando nuestra maleta de múltiples recuerdos, esa que para nada está coja.

martes, octubre 10, 2006

Un pasaporte, por caridad...


El sábado noté el peso del mundo encima de mi cuando me di cuenta de que mi DNI estaba caducado…, ese que, a priori, iba a usar para cruzar fronteras y aterrizar el miércoles 11 a mediodía en Ginebra.

Sin pasaporte y con el DNI caducado no pude hacer otra cosa que agobiarme, culparme por ser un irresponsable, llorar de rabia y decepción, pensar que no podría ir al viaje que tenía planeado desde el mes de Agosto, ponerme el pijama del pesimismo y, lo que es más importante, fallarLE.

El fin de semana se convirtió en un calvario que no voy a contar y donde sólo quería que pasaran los minutos para poder ir el Lunes a primera hora a la comisaría y rogarles que me hicieran el pasaporte de urgencia puesto que mis amigos me habían dicho que tardaban dos o tres días en dártelo…, y yo no tenía tantos.

El Lunes me desperté a las 5 de la mañana y a las 5.45 ya estaba sentado en el portal de la comisaría haciendo cola para que me dieran número…, cola que no empezó a formarse hasta las 8 menos algo, pero yo no quise arriesgarme y preferí hacer compañía a las farolas de mi ciudad y a los lejanos tubos de escape de los coches más madrugadores.

Por supuesto me dieron el número 1, por supuesto que estaba acojonado cuando leí un cartel que ponía “Por la implantación del nuevo pasaporte existen demoras en la atención al ciudadano”, por supuesto que me puse a temblar y temí lo peor, por supuesto la vida, algunos amigos y sobre todo él me hicieron ver una vez más que no hay que pensar tanto en negativo y que hay que confiar en que todo puede salir bien. Cuando le conté mi situación a la señora funcionaria me dijo tranquilamente: “Mañana por la tarde lo tienes. No te vamos a dejar aquí, ¿no?”…Y pude respirar…, pero por un solo pulmón. Hasta que no he recogido mi pasaporte esta tarde con mis propias manos no he usado los dos.

¿Y por qué todo esto es más que un viaje en avión?

Pues porque Ginebra es SU ciudad natal, la cuna de sus recuerdos, la cesta de sus mejores años, el chupete de su infancia, el cielo de su despertar, el punto de su interrogación, el lugar que le despertó cada mañana, su primera piel, el metro con el que fue midiendo la desmedida proporción de preguntas en su cabeza…

Y voy a compartir con él un trozo de su historia, voy a pasear por los mismos sitios que pisó siendo un crío, voy darme un baño en sus recuerdos y en sus anécdotas, y, ante todas las cosas, lo voy a poder ver todo reflejado a través de sus pupilas (no me habría perdonado que no hubiese sido así)..., pupilas emocionadas al recordar esos años pasados, pupilas de ese niño que de vez en cuando regresa a su mirada y del que me enamoré como un gilipollas hace ya unos años, pupilas que junto a las mías crearán fotografías a color las cuales podremos revelar todos y cada uno de los días que nos quedan por vivir.


Afortunadamente Ginebra me espera...

sábado, octubre 07, 2006

La mazamorra.

La otra noche bajó mi nueva vecina a casa para traernos a mi familia y a mí un detalle de esos que tienen los nuevos y buenos vecinos. El caso es que nos obsequió, a parte de con sus buenas intenciones, con una comida típica de su país (ella es latina pero no sé exactamente de dónde). “Se llama Mazamorra de maíz”, nos dijo. Mis padres quedaron encantados con ese detalle y ellos, que son muy hospitalarios, dejaron a un lado su pequeño ramalazo racista (gracias a dios que no se hereda) y se ofrecieron, como buenos vecinos que realmente son, a cualquier cosa que pudieran ayudar a ella o a su familia (en plan vecinal, claro). Todo ello en presencia de la susodicha vecina y de su hijo que, curiosamente, llevaba unas chanclas como doradas que parecían de niña y que acompañaba con unos quiebros de cadera muy característicos.

Total, que la Mazamorra en cuestión es una especie de caldo que se tiene que tomar caliente, de sabor dulce, aspecto grumoso y al que puedes acompañar con queso o algo salado. Esa misma noche lo probé y no sabría decir si me gustó o no…, era una sensación extraña. Lo pruebas y el sabor es agradablemente dulce, pero hay algo que no te cuadra y que hace que no te termine de gustar del todo. Tomas otra cucharada pero llegas a la misma conclusión, está rico pero…, y otra más, y vuelves a probar, así hasta que finalmente tienes que ir al W.C., claro.

El caso es que eso me hizo pensar en algo que no tiene nada que ver ni con la flora intestinal ni con la cocina latina. Me hizo recordar que existen personas de aspecto dulce pero que no terminas de tragarlas del todo. Hay algo en ellas que se te atraganta y, sin embargo, reconoces que no son malas personas, que parece que tienen buen fondo, pero…

No, no se trata de prejuzgar, sino de ese “feeling”, esa intuición que te dice que detrás de esa dulzura o esa sonrisa hay algo más que no te convence del todo e intentas descubrir qué es o, bueno, hay gente que directamente pasa de andar cual Sherlock Holmes y no hay investigación que valga…, eso va a gusto del consumidor y de la forma de ser de cada uno.

El caso es que a mí me pasa con ellos lo mismo que con la mazamorra, que me gusta pero no sé por qué no me termina…, así que he decidido bautizar a ese tipo de personas como “mazamorros”… Totalmente decidido, a partir de ahora los llamaré tal cual. Afortunadamente no hay muchos mazamorros en mi vida, casi todas las personas que conozco o son dulces, amargas, saladas, ácidas o picantes, pero nunca con ese sabor característico que intento describir y que tanto me mosquea.

Y todo este nuevo concepto y pensamientos gracias a la vecina del cuarto y a su hijo de chanclas de hada. Qué chévere, ¿no?

martes, octubre 03, 2006

Nomino al que diseña vidas.


El otro día escribí un mail a un amigo del que no sabía nada desde este verano y que vive lejos de aquí. Le venía a decir lo que os he contado estos días, el desarraigo creciente que siento por mi ciudad, las ganas de hacer algo de verdad, de salir de este letargo, de empezar una nueva vida en otra sitio, de mi miedo a hacerlo, de mi decepción con los amigos, de los hilos, los botones, del tiempo que se me echa encima, de las decisiones que me apremian y pinchan, etc.

Ayer me respondió contándome que le habían despedido del trabajo y se le había muerto el gato al que quería con locura y que tenía desde hace mucho tiempo. Me contaba que con 50 años recién cumplidos no sabe qué hacer en la vida, que se ha quedado cojo, que sólo le queda su novio (con el que tuvo problemas hace poco y casi rompen, a esto hay que unirle la muerte de su padre hace unos años, el diagnóstico de sida de su mejor amigo hace unos meses…), que está totalmente desubicado, que quisiera irse a una isla y perderse y, de alguna manera, no pude evitar sentirme, a parte de mal porque lo mío es nada comparado con lo suyo, mínimamente identificado (salvando mucho las distancias) con esa sensación de estar perdido y de tener que actuar pero no saber muy bien cómo, de no encontrar ese momento para reaccionar y arrancar.

Me decía que yo aún era joven, que tenía todo el tiempo del mundo para empezar a cambiar, que, a ciertas edades, cuesta más hacerlo y que nunca (nunca) se tiene todo en la vida… No sé si será una perspectiva pesimista (como para no tenerla con todo lo que le ha ocurrido) o realista, pero creo que la vida está diseñada para eso. Es como una madre autoritaria, una especie de señorita Rottenmeyer que nunca te da lo que quieres, y si te da algo te roba, a su vez, otra cosa. ¿Verdaderamente la vida está diseñada así?, porque me cago en el que la diseñó de esa manera… ¿o somos nosotros los que la diseñamos?, porque entonces me cago en mí y punto.

Por lo pronto voy a ponerme una de mis canciones favoritas de Fangoria que dice que hay que perder el miedo a perder y que, si es necesario, hay que empezar de cero sin fijar ningún final. Lo de la vida y su diseño es otro cantar…, y no precisamente el de Alaska.



Audio: Fangoria - Voy a perder el miedo