lunes, enero 30, 2006

Encuentros.



S
e lo debía hace mucho y, de alguna manera, le sigo debiendo algo más que una media tinta en forma de presentación fortuita dentro de mi casa.

-Este es mi amigo, mamá.

Mentira cochina, es más que eso… Él es la magia que funciona como el cemento por la cual puedo ir construyendo mi mundo (nuestro mundo) sin miedo a terremotos, es la química que siempre acompaña a la física, es la cuerda que, aunque de distinta textura, color o resistencia, está atada fuertemente a mi cuerda, es el creador de mis recuerdos más inolvidables, la caja fuerte de mis virtudes y defectos y, curiosamente, es también tu hijo porque, mamá, me lleva dentro de él, siempre consigo. Lo tienes que querer como tal y sé que algún día lo harás.

Te comportarás con normalidad aunque por dentro sufras tu propia procesión, aquella que quieras construir y que, espero, sea de corto recorrido. Me gustaría que, después de andar, te sentaras y pensaras tranquila que tu hijo es feliz..., ese que de niño era solitario y algo ermitaño, el que no salía casi nunca, el que recibía pocos abrazos y suspiraba día y noche, el mismo que ahora lucha por ser diferente a como fue y que, poco a poco, lo está consiguiendo gracias a él.

Por primera vez le has dado a mi “amigo” un par de besos y le has tocado el brazo, mamá, pero espero que algún día le des un abrazo, aunque te cueste porque no estás acostumbrada a darlos o a que te los den. Y yo espero miraros ese día (que, la verdad, no sé cuando llegará), emborronado por la emoción, habiéndome olvidado la mochila de mentiras en algún pozo, sintiendo una inyección doble de felicidad, rascando el forro de mis bolsillos con la punta de los dedos creyendo que rasco la capa de culpabilidad adherida a mi corazón durante tantos años, levitando por el pasillo, liviano, ingrávido, intentando cubrir toda la casa con una carpa de “normalidad”, dejando de soñar y sintiendo que vivo una realidad carente de sombras y pesos en mi alma.

Espero que todo esto pase algún día y que mi “amigo” consiga tener otro nombre, porque se lo merece, porque vivir en la oscuridad no deja crecer, porque tocar mi espalda tensa de mentiras no es justo, porque yo para su familia no soy su “amigo”, soy uno más, porque cuando tú, mamá, no estés, él me cuidará tan bien como lo hiciste tú, porque soy su bebé, él me lo dice, él me acuna algunas noches y me besa la frente, me da pasaícas en la espalda y me hace sentir su hijo. Por eso no te debes preocupar, mamá, voy a estar bien a su lado, te lo aseguro. Pregúntaselo, por favor, mírale a los ojos y pregúntaselo.

-Encantada… ¿Quieres tomar algo?


Audio: Placebo - Follow the cops back home (Pincha aquí para descargártela)

viernes, enero 27, 2006

Ejercicio.- Una ración de caos: Música con Palabras.


Salgo de mi casa, me choco con una señora y me hundo…, me hundo en sus arrugas, me atraganto en su maquillaje, me ahogo en su perfume de “voy al Mercadona”, me lío en la madeja de su pelo recién moldeado. Le digo que me deje escapar, que llego tarde, que lo haga por su mini-perro, que él se lo agradecerá lamiéndole la mano y recordándole a su ex-marido cuando llegaba a casa y ella lo esperaba desnuda mientras que el joven vecino de enfrente se dedicaba a observar desde su ventana como si viera el National Geografic mientras se rozaba el paquete contra la pared.

-Manolo, ¿qué miras mientras bailas? –le preguntaba su mujer.

-Nuestro futuro, Puri, nuestro futuro.

Me suelta, me deja libre, la señora-araña abre sus peludas patas y me voy…, ¡llego tarde!.

Los edificios crecen a mi paso, hay gente meándolos, regándolos y ellos se hacen grandes, amarillos, autosuficientes. Dejo atrás sonidos de braguetas al subir, una detrás de otra, rítmicas y obscenas, como si protagonizaran un musical.

Me cruzo con un adolescente y me quedo pegado en su cara. Es un paisaje desolador, los ideales se le escapan como si fueran ondas electromagnéticas de un móvil, intento moverme pero no puedo, mis piernas se han hundido en las arenas movedizas de sus granos…, es como si pisara queso fundido, me hundo en sus pensamientos y me da mucho miedo porque no van más allá del odio y la apatía. Empiezo a sentir lo que él siente y a tener pánico porque soy como una mosca adherida a una trampa mortal, pero pienso que ahí dentro podría hacer algo…, sembrar intereses, recolectar intenciones, abonar todo aquello para que terminase germinando. De repente me empiezo a mover, su grano se convierte en geiser y salgo despedido como el hombre bala hasta que caigo al suelo y me lo quedo mirando.

-¡¿No ves que llego tarde?! –le grito.

Echo a correr y, tras un minuto, me paro en seco. Miro mi muñeca para saber qué hora es y caigo en la cuenta de que no llevo reloj…, sin embargo sé perfectamente la hora que es, me lo dicen las cicatrices de mi muñeca, las grietas de las costras me hablan como si de bocas se tratasen… “Es hora de enfrentarte a tus miedos”. ¿Por qué no me las habrán vendado? ¡Malditas!, habría sido como ponerles una mordaza. ¿Pero quién puede amordazar a su propia conciencia?

¡Llego tarde!

Audio: The Dresden Dolls-Girl Anachronism (Descarga aquí la canción que me inspiró este texto)

lunes, enero 23, 2006

Décimas de segundo.


En una décima de segundo puedes:
  • Desplegar los brazos y tirarte al vacío. La valentía te empujará por la espalda, el viento te atravesará, el miedo desordenará tu pelo, y abajo..., nunca sabrás lo que hay abajo si no te tiras.
  • Comprender por qué haces lo que haces. El resorte saltará cuando menos lo esperes.
  • Decidir qué camino tomar. No vale hacer caso a las señales de tráfico, sólo al semáforo de los sentimientos... Imprescindible llevar pastillas contra el mareo.
  • Sintonizar tu alma gemela en "Radio Vida". El "On" lo pone el corazón, el "Off", aunque algunos quieran ponerlo con la cabeza, sólo funciona con el corazón.
  • Sacar la lengua y probar una gota de lluvia. En esa décima de segundo tú serás lluvia también.
  • Sentir que la vida entera pasa delante de ti en forma de recuerdos. Justo ahí es cuando hay que abrazarla para que no se escape y volverla a meter por la boca, saboreándola antes de que todo vuelva a su sitio.
  • Pasar de sobrevivir a vivir. A veces el proceso es largo, otras no y, desafortunadamente, es reversible.
  • Deshojar una rosa y que diga "Sí". Luego puedes plantar el "sí", regarlo y dejar que germine en un "nosotros".
  • Sentir el peso de la delgada línea que separa un límite de otro. A veces lo más liviano es lo que más pesa.
  • Tocar la tecla de un piano. Saber que detrás de ese sonido puede haber más que una simple nota.
  • Apagar una llama con los dedos. Caer en la cuenta de que lo que para algunos es muy fácil, para otros es una tarea complicada, revestida de miedos y dudas.
  • Abrir los ojos y encontrarte con otros dos ojos. Si eres listo aprovecharás la siguiente décima para encontrar unos labios.
  • Cerrar los ojos y desear que se pare el tiempo. Décima de segundo utópica que huye del resto y que, finalmente, logra escapar en forma de lágrima cuando se vuelve a abrir los ojos.
  • ...

Sólo hay que intentar atrapar las décimas de segundo con las manos... Pueden pasar tantas cosas.


Audio: Etro Anime - Portrait (Pincha aquí si quieres descargártela)

miércoles, enero 18, 2006

Entre ventanas anda el juego.


La luz de la cocina estaba apagada así que decidí no encenderla puesto que iba a tardar dos segundos en coger una botella de agua e irme. Cuando la tuve en mis manos miré por la ventana y vi al nieto de los vecinos de enfrente detrás de unos estores que parecían papel de fumar. Me escondí tras la oscuridad de mi cocina y lo observé. Estaba delante del ordenador, hablando por el micro, incluso podía oír su voz, aunque no tanto como para saber de lo que hablaba. ¡Doing!, saltó el chip del voiyeur que todos llevamos dentro. Pero no, no esperé a ver si se masturbaba o hacía un espectáculo vía cam, dejé de espiarlo porque, de repente, fueron los recuerdos los que empezaron a hablar a mi cabeza por micro.

Yo era pequeño, rondaría los 10 años o así, y mi madre era amiga de los vecinos de enfrente. Tenían una nieta de mi edad con la que me llevaba bien. Yo iba a su casa, ella venía a la mía. Yo no es que tuviera muchos amigos, ella tampoco es que tuviera muchas amigas. Yo no sabía lo que quería, ella sí lo sabía. Nosotros éramos cristianos, ellos eran testigos de Jehová.

Recuerdo como hablábamos a través de las ventanas (había una pequeña distancia entre la suya y la mía). Me enseñó a hablar un “idioma secreto”, FihoFila, FicoFimo FiesFitás?, poniéndole el “FI” delante de todo, parecíamos algo gilipollas hablando así, pero nos lo pasábamos pipa. Esas ventanas fueron espectadoras de cómo yo me subía a una silla y le enseñaba el culo…, vamos, le hacía un calvo en toda regla. Y ella encantada. “Fimás, fimás”, me decía. Hasta que un día su abuela le dijo a mi madre que yo le estaba enseñando el culo por la ventana a su nieta, cosa que mi madre no se creyó agarrándose a lo vergonzoso que era su hijo. Lo negué en rotundo y mi madre dijo: “¡si ya lo decía yo!”.

Ellos me invitaban a comer a su casa, hasta que un día también me invitaron a una reunión religiosa donde me hicieron leer un texto de la Biblia. En ese momento no entendí una mierda, pero ahora sé que quisieron "hacerme de los suyos". El caso es que mi madre no dejó que volviera a comer con ellos. Sin embargo, seguí siendo amigo de la nieta de mis vecinos. De hecho ella fue la única chica a la que he besado. Fue a través de un juego que me inventé. Había que tirar una piedra y quien la tirara más lejos tenía que darle un beso al otro. Veis el truco, ¿no?, ganase quien ganase siempre había un “jamuqueo” de por medio. A veces me pregunto que habrá sido de ella, mi única experiencia heterosexual con sabor a “testiga” de Jehová.

Los recuerdos dejaron de hablarme. Me levanté, fui hacia la ventana de antes y me puse el abrigo de la oscuridad. Allí seguía el nieto de mis vecinos (que en aquella época de mis coqueteos con su prima no había nacido aún), asiendo el micro y conversando animadamente con quien quiera que fuese.

FibueFinas FinoFiches, le dije mentalmente mientras bajaba la persiana.


Foto: Simón País

domingo, enero 15, 2006

Cadena de rarezas.

Una amiga mía dice que “cada uno tié sus cosas” y no le falta razón. En este domingo recojo el testigo de Ashavari para plasmar cinco rarezas o peculiaridades que conforman mi ser:

  1. Tengo que comer el Danone, las Natillas, el arroz con leche, etc. con una cuchara sopera. No, no se llama gula puesto que comería lo mismo que con una cucharilla de postre, se llama manía.

  2. Mi pelo es mío y que nadie me lo toque. Dedico un rato a arreglarme el pelo (no digo cuanto porque no hay media, a veces más, a veces menos), pero tengo que salir a la calle con el pelo que a mí me gusta y que nadie que valore su integridad física se atreva a tocármelo. Siempre que voy de viaje voy con mi secador, es como el sexto apéndice de mi mano derecha.

  3. Tengo que dormir con la persiana totalmente bajada, que no entre ni un rayo de sol, todo debe estar oscuro, si no me despierto antes de tiempo. Tampoco debe haber ningún ruido de “tic, tac”, así que los despertadores van a los cajones y la almohada no tiene que estar ni muy baja ni muy alta, siempre en su justa medida.

  4. No soporto el agua fría, ya sea verano o invierno me ducho con agua caliente. En determinadas ocasiones el agua pasa de caliente a hirviendo, yo, de coña, digo que el agua quemando mi piel sirve para expiar mis pecados… Cuando voy a la playa o a una piscina y el agua esta fría lo paso fatal. Tardo siglos en entrar.

  5. Siempre llevo una libreta encima. Si cambio de mochila cambio la libreta de sitio. Va conmigo, nunca se sabe cuando te puedes dar de bruces con la inspiración.


Y ahora, para que cuenten ellos sus manías, les paso el testículo a:
Se supone que después de hacer vuestra lista tenéis que pasarle esto a cinco personas, pero como en las instrucciones no dice nada de que si se rompe la cadena os van a caer 10 años de mala suerte o que vuestros órganos sexuales se os gangrenaran, pues haced lo que queráis, ¡en vuestras manos os lo dejo!

viernes, enero 13, 2006

Palabras formando historias en mi cabeza.


Aquí estoy, sentado y dispuesto a contar otra historia , ficticia total, que nace de mi imaginación para todos aquellos que queráis leer un poco. Quizá sea algo más largo de lo que se suele escribir por aquí, por eso os pido un favor... Leédla cuando no haya prisa, ni sueño, ni ganas de mear, ni "poca predisposición". No es una orden, entendedme, es una recomendación. Gracias a todos :)

Esperaba impacientemente cada domingo mientras acariciaba y peinaba la alfombra verde de mi habitación. Nunca me dejaron tener un gato o un perro, así que la alfombra suplía las carencias de no poder disfrutar de una mascota correteando por el parquet de mi casa. Recuerdo que me extendía encima de ella intentando econtrar el latido de su corazón y, para que se calmara, le acariciaba suavemente, siendo un poco más enérgico en aquellos sitios donde yo sabía que más le gustaba.

Esperaba cada domingo como si fuera el último domingo del mundo a que mi casa se llenara de los amigos de mi padre, cuatro maduros de pelo cano que lo único que hacían era fanfarronear de los éxitos de su vida, relegando todas sus miserias al cuarto oscuro del orgullo. Todos pertenecían al club de tiro con arco y pasaban la tarde del domingo practicando en el jardín de la parte de atrás de mi casa. Para mí eso era tan importante como el simple pensamiento de que, un inesperado día, mi alfombra se levantara y se posara encima de mi cuerpo calentándolo y alejando la soledad allá donde fuera necesaria.

Corría escaleras abajo y me ponía detrás de la diana a esperar a que tocara mi turno. Yo era el encargado de quitar flechas y devolverlas ordenadamente a mi padre y a sus amigos. Al final ellos me daban un poco de dinero que me servía para que pudiera comprar chucherías o alguna revista, casi nunca daba para más.

Me sentaba sobre la mullida hierba, siempre a una prudente distancia, contando los impactos de las flechas... uno, dos, tres, cuatro, ¡cinco! Y salía yo a escena, intentado ser lo más ágil posible para, rápidamente, quitar las que habían impactado, que no siempre eran todas, en la agujereada diana. Una vez hecho mi trabajo volvía a mi puesto inicial y oía las carcajadas de mi padre por algún chiste verde o alguna mofa salida de sus sucias bocas.

Mientras que se preparaban para volver a tirar yo jugueteaba acariciando la hierba. El tacto no se parecía al de mi alfombra, pero siempre esperaba a que saliese alguna hormiga a echarme la bronca por molestar y armar ruido a la hora de la siesta. Me hacía tanta gracia que me tenía que tapar la boca con una mano para que no se oyera mi risa y me tomaran por loco. Aquel día no sólo había salido una hormiga, sino que un grupo de ellas correteaba por el suelo mientras yo quitaba las briznas que podían dificultarles el paso y que, de alguna manera, compensaba el agravio de haberlas molestado. Empecé a contar las hormigas a la par que los impactos en la diana... una, dos, tres, cuatro y ¡cinco! Automáticamente salí de detrás y me di cuenta de que cinco eran las hormigas que había contado, no impactos en la diana, todo eso en el mismo momento en el que la flecha del Doctor Suárez impactaba en mi ojo.

Ya no recuerdo más, sólo que caí encima de la hierba y las hormigas.

La flecha sólo rozó mi ojo, no se llegó a clavar. Me operaron varias veces. Aquella sala blanca era muy fría, no tenía alfombra. Miraba a los pies de la cama con el ojo sano que me quedaba destapado y veía el suelo desnudo, como mi alma.

Mi ojo izquierdo no se recuperó nunca. Alguien debió apagarlo por dentro..., quizá una hormiga entró mientras yo yacía incosciente tirado en la hierba para tomarse la revancha por todas las malas tardes de domingo que le hice pasar.

Nunca jamás volví a recoger flechas. Recuerdo que, las noches de domingo, me tumbaba en la cama y cerraba los ojos, entonces empezaba a sentir en mi cara un suave cosquilleo, estaba seguro que era mi alfombra acariciándome la cara. Yo sonreía, me terminaba durmiendo y siempre, siempre, me aseguraba de que mi ojo ciego se quedara alerta para que mi alfombra permaneciese en su sitio..., justo a mi lado.

lunes, enero 09, 2006

Bagdad Café.


El día que encuentres tu lugar en el mundo, justo ese día, no me refiero a otro, será el día en el que tu vida comience a vestirse con una sonrisa al despertar cada mañana, todo cobrará sentido por arte de magia, como sacar monedas de detrás de las orejas, como posar para que la vida te dibuje sobre su lienzo con colores luminosos... Si no lo has encontrado ya, ten por seguro que tu lugar en el mundo te espera. Sólo hay que estar un poquito atento y andar con cuidado de no derramar oportunidades como si de una taza de café se tratase.


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Audio: Javetta Steele - Calling you

domingo, enero 08, 2006

Conversaciones al oído (II).


Entramos a la misma discoteca de siempre. Es como si nos introdujéramos en un agujero en el tiempo. Ves a las mismas personas, la misma música, te preguntas si, de alguna manera, han pasado las horas desde la última vez que estuviste allí o todo aquello es otra realidad que se te escapa de las manos y que se repite constantemente una y otra vez hasta volverte loco.

-Mira, hay un go-go nuevo, el de los tacones rosas y las mallas doradas.

-Sí, pero baila como el culo, ¿no lo ves?

-Lo veo, lo veo… Este debe ser becario o estar de prácticas no remuneradas porque vamos…

-De la Universidad de las Ridículas, además.

Vamos a pedir algo, tenemos que consumir obligatoriamente. Seis o siete euros por algo que luego se va a salir en forma de líquido por la punta de tu polla y que algunos de aquella sala estarían deseando sentir sobre su piel y sus bocas. Mientras tanto esperamos viendo como un rumano baila desbocado.

-Madre mía, menuda jumera lleva ese.

-Está “borrachérrimo” a más no poder. Se va a caer, no es posible que haga esas contorsiones dignas de una majorette sin perder el equilibrio.

-Definitivamente el del Este ha perdido el Norte.

Nos vamos de la barra a ver de cerca a un go-go masculino. A mi amiga la lesbiana le gusta cómo se mueve y su cuerpo musculoso. Para eso no te hagas lesbiana, coño…, se consecuente, ¿no?

-Uff, de lejos parecía estar tremendo, tiene un cuerpazo, pero de cara es horroroso, ¡arghh!

-Pues ya sabes, haz la operación “Gamba”.

-¿Cómo es eso?

-Fácil, ¡le quitas la cabeza y te quedas con el cuerpo!

Son las seis de la mañana y decido decir a mis amigos que, por favor, recogiéramos los bártulos y nos fuéramos, que lo hicieran por mi salud mental. Están de acuerdo. Vamos a pagar con la tarjeta marcada por la consumición obligatoria y por haber dejado el abrigo en el ropero. En la cola se acerca una amiga a mi oído.

-Justo aquí – me dice señalando la tarjeta- abajo del todo, junto al euro que nos cobran por dejar el abrigo deberían de poner una casilla que marcara “Cafinitrina, dos euros”, por el riesgo de sufrir un ataque al corazón en este sitio, ¿verdad?

-Qué razón tienes, nena.

Dejamos atrás la irrealidad disfrazada de decadencia que rezuma de las pupilas de toda aquella gente. Cojo a mi amiga del brazo y nos dirigimos hacia el coche para ponernos el colirio de la realidad que nos hará volver a ser nosotros mismos.

viernes, enero 06, 2006

Atreyu, hay una carta para ti.


Querido Atreyu:


H
ace poco que te vi por enésima vez surcar velozmente los aires de Fantasía mientras, a lomos de Fújur y con tus cabellos al aire, ibas escribiendo esa gran Historia Interminable que tanto me impactó de pequeño. De repente pensé que era hora de sincerarme y hacerte saber algunas cosas que ya debería haberte dicho.


H
an pasado muchos años desde que te vi por primera vez en una gran pantalla. Fue traumático, algo que nunca olvidaré. Una tarde mi madrina me llevó al cine a ver tu película, no íbamos solos, también nos acompañaba una amiga suya (que siempre pensé que era su amante) y los dos hijos de nombres raros y algo hippies de ésta última. En el camino al cine alguien nos avisó que una señora le había robado la cartera a mi madrina sin darse cuenta. Todo fue muy rápido, ella y su amiga corrieron detrás de la ladrona hasta que la pararon como dos buenas guerreras lesbianas dignas sucesoras de Xena que eran, e, inmediatamente, se pusieron a discutir en medio de la calle. Nosotros tres, los micos, nos escondimos en una esquina, no quisimos presenciar esa escena tan violenta. Las recuerdo haciendo aspavientos, llegando casi a las manos, al lado de un policía, y la ladrona diciendo que ella no había robado nada. Tremenda hijadeputa.


D
espués de un tiempo interminable (casi tanto como tu película) llegamos al cine con la cara del taquillero diciéndonos que no quedaban entradas. Todo estaba saliendo mal, sólo habría faltado que mi madrina y su amiga se hubieran arrancando por Rosana para animarnos (que por aquella época ni existía)…, directamente habría muerto. Lo siguiente que recuerdo es que entramos antes de que acabara la sesión y lo primero que vi de la película fue el final, sentado en las rodillas de mi madrina porque no había asiento libre para mí, temblando de la emoción, viendo a Bastian volar (nunca te llegó a la suela de los zapatos, que lo sepas) encima de Fújur.


N
o, Atreyu, no fue tu valentía de guerrero la que me cautivó, sino la manera en que lloraste la pérdida de tu fiel caballo Ártax, fue al ver la desilusión en tus venas al darte cuenta que no podías salvar Fantasía, el hecho de que, al fin y al cabo, eras más "humano" que guerrero. Yo habría querido cogerte de la mano, sacarte de los confines de Fantasía y haber podido llorar contigo en mi habitación mientras que el Auryn iluminaba la oscura soledad de nuestras apenadas almas. En vez de eso, te insertaste dentro de mí y te convertiste en el primer sentimiento de amor que sentí, aunque fuera platónico…, era amor al fin y al cabo, ¿no?


T
iempo después comencé a escribir un diario, que aún conservo, al que llamé como tú…, Atreyu. Le contaba mis secretos pero, en realidad, te los contaba a ti, susurrándote al oído cachitos superfluos de mi vida de adolescente para intentar rozar el lóbulo de tu oreja.


A
ctualmente aún guardo un grato recuerdo de ti. Si bien es cierto que alguien ha desterrado tu lugar en mi corazón, no dudes que siempre tendrás un rincón acogedor en él, con una cuadra para que dejes allí a Ártax. Sin embargo, justamente hoy, al buscar fotos tuyas para ilustrar mejor este texto me he encontrado con esto:


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Ay, Atreyu, y aún he visto alguna más que yo, que no censuro nada, he decidido no poner porque salías comiéndote un polo con las piernas abiertas y un mini, mini short..., te juro que no es broma. ¿Pero qué te hicieron?, ¡te hicieron carne de pederasta!..., ¿cómo te dejaste?, el precio de la fama, supongo. Pero me niego a que mi recuerdo de ti quede emborronado por la licra de tus pantalones ajustados y ese regusto sexual que algún fotógrafo pervertido quiso inmortalizar de ti. Me quedo con tu inocencia guerrera, con tu tesón por luchar por algo en lo que creías, con las cosas que me hiciste sentir en un rincón de mi habitación y bajo las mantas de mi cama…, me quedo con la historia interminable que me contaron tus enormes ojos negros.


Con cariño de,

Alguien que quiso vivir una Historia Interminable a tu lado

martes, enero 03, 2006

Destapando recuerdos.


Sí, estos días he conocido esas dulces realidades que, como por evaporación, se van convirtiendo en imágenes mentales y que, cuidando de no desvirtuarse, visten al recuerdo con un pijama de cristalinas sonrisas.

Mira, se ha ido disolviendo la parte agria de los segundos de un antaño cercano. Me acuesto y empiezo a destapar recuerdos con forma de estrella tal y como un niño haría con sus nuevos regalos, lo hago en el calor de mi cama, pero esta vez sin marearme, ¿vale?

Te miro y hago la gaviota abriendo la boca para que me des un trozo de turrón.

Saco la mandíbula hacia fuera, al más puro estilo “Pancracio”. Me imitas. Me indigno.

Vamos a la cama y te digo, en plan egoísta, que no se te ocurra dormirte el primero porque me da mucha rabia. Te ríes, te parece divertido. Lo que no sabes es que lo digo en serio.

Me pongo en “mode” ordinario y digo que no voy a hacer algo porque no me sale de “la aleta del coño”. Tu cara de indignación es supina. Repito la frase, repites cara. Me río.

Me espías, me miras, me pongo nervioso y hago como que escondo la cara en cualquier sitio…, tras la manta, tras mi mano, tras un libro, tras mi propia cara. Te miro de reojo. Eres mi cómplice. Estás detenido y preso dentro de mí.

Casi hago realidad la frase “Para, creo que voy a vomitar”. Te pido que pares el coche porque estoy muy mareado. Casi vomito. Bajo a tomar el aire para que se me pase. Me miras como si fuera un niño. Se me pasa.

Eructo con la cara medio tapada debajo de una manta y se me empañan las gafas. Tu risa inunda la sala. Mi eructo inunda la sala.

Veo que te agachas a atarte el zapato nuevo y, de repente, te das cuenta de que has tenido el “garrudespiste” de dejar la etiqueta sin quitar. Tu cara lo dice todo. Me da un ataque de risa.

Se escucha en una canción el sonido de un violín y yo, sin embargo, simulo tocar el piano. Cuando, por el contrario, suena un piano, hago como que toco el violín. El mundo al revés es divertido.

Me regalas algo. Yo te he comprado lo mismo sin haberlo planeado. Hemos tenido “simbiosis”. Nos conocemos asquerosamente bien.

Lloro en silencio escuchando una canción mientras me abrazas. Investigas mis lágrimas. Las escondo. Sólo ellas son espectadoras de nuestra historia. Espero que nunca se sequen.

Me entra sueño. Aunque hay muchos más, dejo de destapar recuerdos. Me sumerjo en mi mullida almohada… Sí, esa que acumula más y más recuerdos en su interior y que, como si de una nana se tratase, me van susurrando cosas al oído… Recostado los observo, se sientan en una fogata, se miran los pijamas y empiezan a contarse sus propias historias. Yo sonrío…, sonrío mientras duermo.

Audio: Sia - Breathe me