miércoles, noviembre 29, 2006

Tristefilia.


Uno a veces siente esa especie de tristeza, algo así como cuando ves las migas de un trozo de pan desperdigadas por la mesa..., diminutas, despojadas de todo sentido, formando parte de un microcosmos de migas inservibles esperando que un dedo o un trapo las quite de en medio para que, finalmente, adquieran sentido y muerte a la vez. Es una tristeza similar a esa.

Pedro sintió algo así cuando una mañana se levantó y encontró que sus pupilas habían muerto ahogadas en un maremoto de lágrimas que le había asaltado por sorpresa la noche anterior.

Lo misma que siente Marta al despertar, abrir los ojos y ver mechones de su propio pelo jugando con su cara, revueltos y apelmazados por los remordimientos de haberse acostado con alguien que prometió no volver a ver en su vida.

Al igual que Aitor cuando monta en un autobús y recuerda su infancia en ese pueblecito de gente mayor y los muchos ratos que pasaba subido en aquel columpio ya oxidado y gastado que le hacía sentirse libre, como si volara con la mente y el cuerpo por encima de la tristeza que le invadía al mirar los tejados de su pueblo y la cara de su padre.

Es esa misma que nos recorre en ocasiones y que nos hace sentir como migas de pan a punto de ser engullidas por un trapo enorme llamado vida y que, endeblemente, lleva nuestro nombre cosido con hilo negro en una de sus esquinas...


Audio: Maximilian Hecker - Help me

domingo, noviembre 26, 2006

Reflexiones cinéfilas.

Dicen que las luciérnagas mueren pronto y que su luz puede dejar de brillar con la misma facilidad con la que echan a volar.

Y yo digo que si las luciérnagas mueren pronto podemos encontrar cerca de nosotros otras cosas que brillen y nos deslumbren un poquito cada día

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Dicen que la vida es una dura jugadora y que, a veces, pasan los días y es cómo si jugaras a “Piedra papel o tijera” con tu propio reflejo…, nunca ganas.

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Y yo digo que puede que ella gane a “Piedra papel o tijera”, pero ahí estamos nosotros para echarle un pulso y salir vencedores.

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Dicen que lo lógico es que cuando maduras y creces dejas atrás esa parte infantil que todos hemos tenido, olvidándola y dejándola oxidar como a una lata de caramelos…

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Y yo digo que de las cosas que más me gustan en este mundo, una de ellas es que me meza entre sus brazos como a un bebé (sí, ¡aunque suene cursi!), y la otra es verle sonreír como un niño pequeño, observar como lo ilumina todo no sólo con la sonrisa, sino también con los ojos, algo así como si tuviera dentro dos luciérnagas... Justo justo como lo está haciendo en este momento.


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Capturas: "La Tumba de las Luciérnagas" (sí, es TU peli)

jueves, noviembre 23, 2006

De pequeño.

De pequeño me moría de vergüenza cuando mi madre corría para que no se nos escapara el autobús y me arrastraba con ella mientras los viandantes observaban atónitos (o eso creía yo) como una señora vociferante y un apurado niño hacían el sprint de su vida.

De pequeño me gustaba llamar por teléfono junto a una vecina (mi actual mejor amiga, por cierto) para gastar bromas o quedarnos con la gente. Desde preguntar por el precio de una caja de condones en distintas farmacias (qué ingenuos éramos), hasta esperar a que alguien descolgara para decir "¿Está…?" y, antes de terminar la pregunta, poner el teléfono en semejante parte de mi amiga y que ésta emitiera una serie de pedos vaginales ante el estupor del interlocutor. "¿¿¿Perdón???", solían decir asustados antes de que volviéramos a repetir la misma jugada si las risas nos lo permitían... Recuerdo que una de las mejores llamadas fue cuando, por azar, dimos con un señor que no podía hablar, sólo emitía sonidos extraños, sin embargo se comunicaba con nosotros a través de la música de una especie de mandolina. Estoy seguro que, de alguna manera, le hacíamos feliz cuando llamábamos por sorpresa para pedirle que nos ofreciera un recital improvisado mientras escuchábamos atentos.

De pequeño vomitaba mucho; en viajes largos, cuando me agobiaba, cuando me sentía presionado. Ahora vomito…, pero palabras.

De pequeño tuve un pollo que me picó en un ojo y al que casi mato estampándolo contra el suelo por haberme hecho esa jugarreta. Los niños, a veces, son muy crueles… Yo lo era, al menos con el pobre pollo.

De pequeño no me gustaban ni los chicos ni las chicas, o eso quería hacerme creer cuando por las noches me tapaba con la manta del autoengaño.

De pequeño mis padres no me dieron nunca abrazos ni besos, quizá por eso estoy tan poco acostumbrado y, a veces, me cuesta ser cariñoso…, no porque no quiera, sino porque nadie me enseñó. Eso sí, creo que estoy aprendiendo y progresando adecuadamente, al menos me siento orgulloso cuando me dan esos ataques de abrazos de oso y esas metralletas de besos que dirigo hacia él.

De pequeño escondía las meriendas que no quería dentro de un taburete amarillo para luego tirarlas a la basura sin que me pillaran, hasta que un día mi madre miró ahí y vio varias rodajas de chorizo enmohecido que, estoy seguro, se pusieron a bailar a ritmo de su vena hinchada mientas cantaban “Sí, sí, ¡ha sido él!, ¿qué vas a hacer, buena mujer?”.


De pequeño creo que no fui muy feliz... De bebé seguro que sí, aunque mi cara sea de sorpresa.

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lunes, noviembre 20, 2006

Romantic Death.

Creí morir en la oscuridad de una caverna que no me dejaba respirar demasiado bien.

Sin embargo, casi al momento, me di cuenta que lo que estaba era agazapado en ti y que aquella caverna resultó ser tu cálido y acogedor cuello.

Estoy seguro que habría sido una romántica manera de morir...


The Sun - Romantic Death

miércoles, noviembre 15, 2006

Poniendo la oreja.


Ayer lo hice. Me acerqué lentamente a una de las paredes de mi habitación, la que siempre está más desnuda, me senté sobre el suelo y pegué mi oreja sobre ella, sin presión, sin crudeza, como cuando uno se recuesta sobre una almohada, pues igual.

Quizá uno no puede pretender que una pared te hable a la primera de cambio, pero, por otro lado, tienes la esperanza de que tantos años observándote desde esa palidez pétrea sirvan para algo y la familiaridad se anteponga a la sorpresa de sentir una inesperada oreja pegada sobre ti.

Pero no…, no oí nada. Fui iluso y pensé que las respuestas a mis preguntas podían estar sueltas por las tuberías de mi edificio y, debido a que son demasiado revoltosas como para salir a borbotones por los grifos de mi casa, decidí espiarlas de aquella manera.

No me gusta el sonido de la nada cuando espero un “semialgo”. Ni siquiera oí una respiración ahí sentado. Quizá mi casa esté paralizada, quizá se haya mimetizado conmigo, quizá justo en ese momento estuviese apoyando también su cabeza contra la mía esperando que yo le hablara para poder dar respuesta a alguna de sus preguntas.

Hice lo mismo con el ascensor y, una vez dentro, pegué mi oreja en él para que los resortes y engranajes dejaran de chirriar y me ofreciesen soluciones o, al menos, lograsen tranquilizarme en esos días donde el alma se inquieta y decide irse de cañas con los amigos dejándote como desnudo…. Sin embargo sólo conseguí llegar a mi piso y que se abriera la puerta metálica mientras yo seguía con la oreja pegada…, esperando.

Posé mi mano sobre el ascensor y le acaricié. Le di una “pasaíca” por la columna vertebral y esperé a que, agradecido, empezara a hablarme…, pero fue en vano.

Al menos, pensé, las paredes de los ascensores no están frías.



Audio: Slovo - Killing me

domingo, noviembre 12, 2006

Reflejos color plata que taladran.


Y mientras sostengo el teléfono con la mano izquierda veo reflejado en el techo de mi casa olas metálicas que atraviesan las cortinas, reflejos brillantes que van y vienen, que hipnotizan mis pupilas, que exaltan la poca tranquilidad que pasea por mis venas.

Y me gustaría convertirme justo en ese reflejo metálico para colarme por el agujerito del teléfono e ir nadando por el hilo hasta llegar al otro lado de mi interlocutora y atravesarle el cerebro. Meterme dentro de su cabeza y hacerle un destrozo por dentro. Ponerlo todo patas arriba.

Algo así como jugar al fútbol con sus lóbulos cerebrales, dejar las huellas negras de mis zapatos en su capacidad de habla para que cada vez que abra la boca saboree una áspera y sucia suela. Meterme por su oído y conectarlo directamente con su corazón, para que le susurre lo gris que es, para que se de cuenta de la neblina que lo intoxica día a día, que nunca tendrá como vecina a la empatía, que sólo admite sístoles de mentiras y diástoles de egoísmo.

Y es que hay días que uno se levanta con ganas de amamantar al mundo, y otros que por “h” o por “b” hacen que saque una ametralladora de los ojos, un animal agazapado de entre los labios, un escudo como mochila, el traje de camuflaje tatuado en la piel y unos pensamientos afilados capaces de cortar un filete con sólo mirarlo de soslayo.

Y la culpa de todo la tiene el papel metálico "Albal" que ondea en mi ventana para que las palomas se asusten y no caguen ahí, y es que, al darle el sol, se refleja fantasmagóricamente en el techo del salón de mi casa y hace que piense todo esto. Hay que joderse.

-Sí, perdona… ¿Me decías?


Audio: Motormark - I´m about to do something (that I´m gonna regret)

martes, noviembre 07, 2006

Shine.



Tracy Bonham - Shine (Pulsa Play)

Y su coche nos sirve de resguardo en un día lluvioso para ir a un mundo de robots, espacios siderales, alambres y “Áreas 51 del corazón”. Porque a veces no hay que ir muy lejos para encontrar un mundo paralelo que te invite a hacer un “miniviaje” metálico que suena a teclas de piano y hojalata.

Y a mitad de camino coge la pala de su sonrisa y cava entre los nubarrones que disfrazan el cielo para que pequeños rayos de luz buceen en el fondo de mi iris y se vayan topando con imágenes silicatadas de nosotros, esas que parecen brillar aún más que la canción que suena por la autovía..., "Shine", la cual ya había oido antes pero, cosas de la vida, no había adquirido significado hasta ahora. Qué curioso.

Porque después de tanto tiempo, y mientras escuchamos a Tracy Bonham, me alegra notar que aún brillamos entre ocasionales cielos grises que, de vez en cuando, se posan sobre nuestra cabeza como si fueran un sombrero y que, según me ha contado el tiempo en una tarde de café, lo que hay que hacer es sacudir fuerte la cabeza para recordar lo verdaderamente importante de todo esto…, que, por encima de todo (temporales incluidos), logramos seguir brillando con el chubasquero de nuestros abrazos puesto y bajo ese paraguas hecho de certezas que hemos ido cosiendo poco a poco.

viernes, noviembre 03, 2006

Ocupas.


Ayer por la tarde, al entrar al cuarto de baño de mi casa, fui recibido por una especie de bofetón de calor pegajoso en la cara. Y es que, un ambiente opresivo de estos que te ahogan, una sensación de malestar térmico e interno y unas luces medio fantasmales pueblan mi w.c. desde hace unos días.

Resulta que mi madre ha “adornado” con ocho velitas vestidas de un plástico rojo (las típicas que se ponen a los muertos) nuestra queridísima bañera, quedando todo de lo más tétrico.

Tal fue el mal rollo que se respiraba en mi cuarto de baño (y no porque nadie hubiera entrado antes), que tuve que pedir amablemente a los muertos que habitaban mi excusado que, por favor, saliesen un momento. Y es que nunca he podido mear delante de nadie vivo (manías de uno), cuanto menos delante de alguien muerto.

Vamos, hombre…