viernes, diciembre 30, 2005

R.I.P. 2005


El año se está muriendo, señores. Le quitamos la mascarilla de oxígeno cuando está agonizando y nos quedamos tan campantes. Total, va a nacer otro, ¿no? Un bebé que irá creciendo y se convertirá en niño, en un pedazo de niño cabrón. Casi tanto como lo son mis sobrinos.

El otro día, en una típica comida familiar, el más pequeño nos contó que fue a una fiesta de cumpleaños de un amigo suyo ecuatoriano y que, de todos los niños que estaban allí, el único que tenía “color carne” era él. Ah, y que su padre a veces es de color carne y otras color rojo… Aclaro que esa tonalidad la adquiere cuando bebe un poco o se enfada, lógicamente.

Y luego la otra, la mayor, en medio de una conversación sobre su propia abuela que, bueno, a la pobre señora se le ha ido un poco la pinza, se pasa todo el día durmiendo, no come pollo porque dice que tiene gripe aviar, no para de soltar incoherencias y que, a causa de no moverse, pues está cogiendo mucho peso.

-Engorda como mi hamster –dijo sin miramientos mi sobrina.

Menos mal que sólo la oí yo. Putos niños. Puto año que está punto de nacer con una muerte a sus espaldas y que parece importarle una mierda.

El año se muere con sabor a toma de decisiones, a reconciliación, a segundas oportunidades, a certezas (que no cerezas), a abrazos y besos, a autovía, a sonrisas, a arañazos en la mano, a incertidumbres, a culpabilidad, a agobios, a “lo sientos”, a errores…, podría seguir, pero simplemente decir que acaba con un regusto agridulce. El año se muere sin ni siquiera haberlo empezado a vivir. Manda cojones, Maripuri.

Un minuto de silencio por el año que está a punto de perecer. Yo me tomaré unos cuantos más, por eso estaré ausente estos días Feliz año a todos, chic@s, os lo digo de estómago y corazón.

lunes, diciembre 26, 2005

Palabras dentro de un cajón.



-Hola, buenos días. ¿Puedo informarle sobre la tarjeta visa de…?

-No, no puede.

Hay que ver cómo aprovechan los días de compras navideñas para endiñarte cualquier cosa en los centros comerciales, coño. Sigo andando, me mezclo con la vorágine de gente y nos sumergimos todos en la búsqueda del regalo perfecto. Somos tiburones en un acuario, tiburones mansos dispuestos a picar por alguna jugosa carnada.

Veo a un amigo y, tras una corta charla, quedo con él para tomar un café. Se va de aquel lugar quitándose el anzuelo sangrante de la boca. Yo me voy minutos después quitándome el mío.

Por la tarde quedamos cerca de una cafetería conocida y nos sentamos en la parte de arriba, al lado de unos armarios de cristaleras con objetos muy “retro” dentro. Me llama la atención la máquina de escribir, muy parecida a la que tuve cuando era un crío.

Conversamos sobre su ex y el hecho de que cada vez le cuesta menos superar el recibir alguna llamada o encontrárselo por la calle. Su tiempo de recuperación ha pasado de días a minutos. Me siento orgulloso por él, me gustan las personas fuertes que superan sus fantasmas a golpe de ponerse una máscara para asustarlos y, cuando están ya lejos, no hay más que volvérsela a quitar para poder secarse bien las lágrimas.

En un momento de la conversación me da por abrir uno de los pequeños cajones del armario que está pegado junto a nosotros.

-¿Qué es esto?... Aquí hay notas.

Sí, eran notas. Empezamos a sacar papeles escritos, había como unos 6 o 7. Poesías, pensamientos, intentos de frases inteligentes, algún mensaje absurdo de “homosexual busca sexo. Llama a este número”, etc. De pronto una idea en mi cabeza.

-¿Por qué no escribimos algo?

La sempiterna libreta dentro de mi mochila da a luz una hoja de papel. Empezamos a escribir una absurda introducción… Díos mío, esto, como mínimo, tiene que superar la nota del gay que busca que le encalomen medio kilo… Vale, ya está. Escribo.

Hemos descubierto que la vida es como un mueble lleno de cajones, nunca sabes lo que puede haber dentro… Sigamos llenando esto de vidas

-¿No habrá quedao muy Sánchez Dragó?

-Firmemos como “las Kingkonas” y compensamos, ¿no?

Justo en ese momento leo una frase de una nota que había pasado desapercibida.

“No hay nada más triste que un recuerdo feliz”

Pienso que es una solemne gilipollez. No hay nada más triste que un recuerdo triste, eso es de cajón, nunca mejor dicho... Instantáneamente caigo en la cuenta de que esa frase puede ser total y enteramente cierta. No hay nada más triste que un recuerdo feliz pasado revoloteando en un presente que, a veces, te deja el alma como si le hubieran pasado una lija por encima.

No sé quién dijo eso ni quién lo escribió en la nota, sólo sé que es una de esas frases con la que no quiero estar de acuerdo y que zigzaguea como una anguila por las circunvoluciones de mi cerebro dejando una estela viscosa de desasosiego que llega hasta dentro y ante la cual me tengo que rendir. La mastico lentamente, me la trago e intentar no vomitarla.

Una voz me empuja fuera de mis pensamientos. No sé si es la mía propia o la de mi amigo.

-Nene, ¿qué te pasa?

-Nada, creo... ¿Kingkonas entonces?

-Sí, con K.

-…


Audio: Maximilian Hecker – Kate Moss

miércoles, diciembre 21, 2005

Una historia para antes de dormir.


De vez en cuando os contaré una historia mientras me siento aquí y miro las hojas del tiempo caer. Espero no aburriros demasiado. Ahí va...

Todas las noches entraba en mi cama, abría cuidadosamente la manta como un ladrón que roba una joya valiosísima, colocaba su cuerpo al lado del mío sin decir una palabra y permanecía así, junto a mí, callado…, supongo que hasta que le entrase sueño. Al cabo de un rato se iba como había vuelto, lentamente y de puntillas, algo parecido a la presencia de un ente onírico que abandona la consciencia, un morador de sueños que salta a la realidad o, incluso, un fantasma que me hace una visita de cortesía cada noche pero que no asusta, simplemente yace a mi lado y respira.

Un día mientras comíamos me dijo:

-Sólo quiero estar un rato acostado en tu cama. Espero que no te importe.

¿Por qué me iba a importar? Él no hacía nada, sólo notar mi presencia a su izquierda y, quizá, pensar en lo largo que había sido su día…, yo no lo podía saber, nunca decía una palabra. ¿Quién era yo para decirle que se fuera si no estaba haciendo nada malo? Le dejaba que se acostara a mi lado, era así como parecía sentirse bien y no iba a negarme puesto que no me hacía ningún mal.

Bien es cierto que mientras estaba ahí yo no podía dormir. Intentaba explicarme a mí mismo por qué hacía eso, ninguno de aquella sala se comportaba de la misma manera…, era extraño. Habían habladurías, pero a mí me daba lo mismo. Un día me armé de valor y le pregunté.

-¿Por qué lo haces?

-Es la costumbre… –comenzó a decir mirándome sinceramente a los ojos- Mi vida de antes estaba sujeta a una soledad compartida y me es muy difícil hacerla desaparecer así como así…He crecido rodeado de ella y, a su vez, con gente que la compartía conmigo. En casa siempre me metía en la cama de mi hermana, en los autobuses siempre me sentaba en el asiento donde podía tener alguien al lado, los semáforos donde había alguien esperando eran los únicos donde me paraba, la vida donde puedo tener a alguien cerca de mí para sentirme menos solo es la vida que quiero vivir. ¿No es mejor una soledad compartida que una que no lo es?

Desde aquel día lo vi aún más claro. Aquel soldado de dieciocho años que se había alistado hacía a penas una semana, y del que yo estaba a cargo bajo supervisión continua, no tuvo que volver a levantar la manta para meterse en mi cama, yo mismo la dejaba abierta para que entrara libremente.

El silencio se hacía en el gran dormitorio de aquella base militar y solamente era quebrantado por los movimientos gatunos del soldado nuevo cuando volvía a su cama para cerrar los ojos y volver a encontrarse con su propia soledad

-Hasta mañana, soldado –decía yo para mis adentros.

-Hasta mañana, amigo –decía él para sus adentros.

lunes, diciembre 19, 2005

Conversaciones al oído (I).


Sábado noche. Pub de ambiente. Música sin letra. Momento sin sentido y tiempo perdido se dan la mano y van al cuarto de baño a drogarse para que todo pase más rápido. Mi amigo y yo en la pista.

-Mira, nene, el dependiente de Máximo Dutti.

-Es verdad, el rubio… Mira, mira, se está agachando y poniendo el culo en pompa.

-Sí, querrá que le pasen la tarjeta de crédito.

La gente se mueve. La inercia es mi mejor aliada. Le dejo que se meta en mis zapatos y haga de las suyas. Calza un 43 como yo. Qué suerte.

-Han entrado dos negros, nene.

-Fijo que van al grupo de las bolleras.

-Míralos, dicho y hecho… Yo no sé por qué intentan ligarse a las lesbianas, la verdad.

-No sé, puede que el coño le sepa a las mujeres de su país.

El humo se pega a mi cuerpo acompañando al aburrimiento que ya traje puesto de casa. Juegan al mus, al menos ellos se divierten.

-Está canción me suena.

-Claro, como que es la misma de hace veinte minutos.

-Ah, va a ser eso… Mira, nene, dos pijos a tu izquierda.

-Sí, son super Burberrys, ¿verdad?

-Totalmente. Mira cómo bailan, apenas se mueven, no quieren darse de sí el jersey.

-Son pareja, se están besando, míralos… Menudo filetazo, nene. Seguro que cuando se corran encima se limpian con “cleanex olor a menta”.

-Y luego, para tirarlos, los meten en una bolsa de esas herméticas.

-Fijo que sí.

Viene a mi cabeza un diálogo de la serie “A dos metros bajo tierra”.

-El tiempo vuela cuando estás disfrutando –decía uno de los protagonistas.

-No, el tiempo vuela cuando finges estar disfrutando –le respondía otro.

-Ay, nene, me acabo de chocar con un hetero con cara de acojonao.

-¿Ese que va de la mano de su novia…, o es de Félix Rodríguez de la Fuente?

-¿Felix…, por qué?

-Hijo, por lo de ser una especie en vías de extinción.

De pronto se acercan dos chicos y, tras mostrarnos un baile de apareamiento cual pavo real, nos preguntan la hora e intentan entablar una conversación con nosotros.

-¿No tenéis calor? –pregunta uno de los chicos.

-Bueno un poco –le respondo mientras me estiro el jersey de cuello alto.

-Uff, nene, ésta música se me clava en los oídos de una manera… –me dice mi amigo.

-Mientras que no “te se” clave en otro sitio… –espeta uno de los desconocidos.

Silencio sepulcral.

Miradas cómplices entre mi amigo y yo.

-Nos vamos, ¿no?

-Va a ser que sí, nene.

viernes, diciembre 16, 2005

Niebla en los ojos.

Tengo que ir al oculista un día de estos. Es urgente.

-Doctor, a veces no veo bien. Hay algo en mis ojos que tamiza lo que otros días veo tan claro.

-…

-No, doctor, no son las dudas, no se trata de eso. Es algo así como una tela, algo neblinoso que emborrona mi realidad..., nuestra realidad, esa que hemos construido a lo largo de tantos años con mucho esfuerzo, cementando nuestro techo con confianza hasta que se endureció y empezamos a amueblar la casa…, él y yo, a la par, con nuestros diferentes ritmos.

-…

-Sí, doctor, una vez todo se derrumbó..., bueno no todo. Debieron quedar los cimientos y más cosas como, por ejemplo, portarretratos con recuerdos, porque hace poco volvimos a reconstruir una gran parte muy rápidamente. Quizá demasiado rápido.

-…

-Lo sé, doctor, no necesito unas nuevas gafas para verlo todo menos emborronado. Sé perfectamente lo que necesito. ¿Sabe doctor?, me conozco muy bien y conozco muy bien cómo es él, sin embargo, ¿por qué seguimos cometiendo los errores de antaño?

-…

-Ya, doctor, sé que eso es inherente a las personas….¿No tendrá unas gotas en plan colirio para hacer desaparecer el orgullo de mis ojos?

-…

-Ya…, me lo podía imaginar, eso no existe. Intentaré que desaparezca sin tener que arrancarme los ojos de cuajo. Bien, ¿cuánto le debo por la consulta?

-¿A mí?, nada. Sólo te debes a ti mismo el demostrarte que no eres orgulloso. Anda, llámalo ahora mismo. Tus ojos están perfectamente, ahora un poco lacrimosos, pero no es nada grave. Ve…, llámalo.

-Gracias, doctor –digo mientras salgo de la consulta y rebusco en la mochila de perro para encontrar mi móvil.

miércoles, diciembre 14, 2005

Frío, un perro y el silencio.


Los cogí de la mano y salimos a la calle. Mi abrigo, mi bufanda, mi mp3, mi silencio y yo.

Frío. Mis labios se cortan fácilmente, labios rígidos, labios que soplaron la sonrisa lejos de ellos hace unos días, labios que sorbieron (una vez más) un batido de culpabilidad, labios que, por momentos, silban la vida fuera de mí.

Me cruzo con un funcionario que está haciendo obras en la calle. En mi mp3 resuena Placebo, imagino que soy el protagonista de un vídeo musical y deseo que él me grite:

-¡¡¡¿Pero no ves que estás pisando dónde no debes?!!!

Entonces me pararía en seco y lo miraría con esa mirada vacía que adorna mi cara hace un par de días. Ni una palabra, simplemente mecería el silencio entre mis brazos como si fuera un recién nacido, me quedaría así un rato y cuando me cansara de ver tanta realidad seguiría mi camino mirando de nuevo a mi imaginación para resguardarme del frío de mis propios ojos.

Pasa por mi lado un negro con un sombrero de lana azul tras el cual se adivinan un ramillete inmenso de rastas. Una pregunta me viene a la cabeza.

-¿Si alguien se corriera en su pelo, absorbería el semen?

-Seguro.

Voy a la biblioteca a recoger un libro y después quedo con un amigo. La cita es a las cinco y media. Dos, cuatro, seis, ocho, diez, doce minutos después, nadie aparece.

Time goes by so slowly.... Madonna, hija de puta, sal de mí.

Catorce minutos. Aparece. Excusa buena. Cuarto y mitad de diplomacia.

Horas después me encuentro en una tienda de ropa. Todo horrendo. Mi amigo me toca el brazo.

-¡Esa mochila es muy tú!

Cierto, esa mochila del perro con cara de mala leche es muy yo.

Me la compro. Al fin y al cabo pocas mochilas suelen llevar tu cara estampada (véase foto).

Vuelvo a mi casa e, inmediatamente, mi cuerpo empieza a absorber el silencio que me rodea, casi como lo haría una rasta salpicada de semen.

Me quito el disfraz. Dejo la mochila del perro en el suelo y me pongo a ver un DVD con las fotos de la reciente boda de mi mejor amiga.

Me emociono y casi lloro. Culpa de una canción y de la cara de felicidad plena de mi amiga. Miro de nuevo mi mochila…, no, no soy un perro con mala leche, estoy equivocado. Por mucho que me disfrace nunca dejaré de ser un cachorro que necesita calor y que le gusta que le acaricien y le den “pasaícas” por la espalda.

Pongo vaselina en mis labios y sonrío. No quiero que se corten con el esfuerzo.

Audio: Placebo - Black-eyed

sábado, diciembre 10, 2005

Aprendiendo realidades.


Aquí van algunas cosas que he aprendido en estos días de puente/vacaciones:

  1. Conocer lo qué es un restaurante chino con bufé libre y darme cuenta de lo “búfala” que puede ser una persona que, aún estando llena, se levanta para echarse más comida porque, ¡coño!, por ocho euros hay que ponerse ciego hasta reventar, ¿no? Por cierto, ¡qué asqueroso está el tofu!
  2. Que hay por el mundo palomas pintadas de colores llamativos y que, en un primer momento, podía parecer la nueva campaña publicitaria de Ágatha Ruiz de la Prada, pero que, en realidad, tiene que ver con los estudios sobre la migración de las palomas.
  3. Que oír sonidos gástricos poniendo la oreja en su barriga puede ser hasta tierno. “Y jugamos a escucharnos nuestras tripas en conversación.
  4. Que las personas pueden tener una imagen totalmente distorsionada de ti y de los demás. Lo corroboré a través de un juego inventado dónde hay que opinar y puntuar a los que tienes a tu alrededor, la mayoría de ellos conocidos pero, en el fondo, totalmente desconocidos, sobre distintos rasgos de su personalidad… Pos coño, con lo entretenido que es el “Scatergories” o quitarle la voz a la tele y doblar pelis porno con voz de Chiquito de la Calzada.
  5. Lo desesperante que puede llegar a ser visitar las ruinas de un castillo romano y lo divertido que es hacerle fotos a tu bufanda mientras el viento la arremolina y parece que tiene vida propia (Véase la foto de arriba).
  6. Que la sala de espera de un veterinario es igual que las de la Seguridad Social y que la única diferencia es que el termómetro te lo meten por el culo… Lógicamente en esto me refiero al veterinario, que ya me imagino a más de uno lanzándose como loco al centro de la Seguridad Social más cercano.
  7. Que se pueden tener conversaciones parecidas a las de las películas sentados en el chino del bufé libre y que pueden causar en mí un verdadero ataque de risa al caer en la cuenta de que, en realidad, la vida es una puta película.
  8. Lo placentero que puede llegar a ser que un gato te arañe la mano y te muerda hasta hacerte sangre.
  9. Que debo limpiar mis zapatos al darme cuenta, mirando la foto, de la mierda que tienen.
  10. Que mis ataques de dar besos, abrazos, estar cariñoso y decir frases cursis puede que sean pocos y puntuales, pero son sinceros, intensos y sorpresivos…, hasta para mí mismo, fíjate.
  11. Que odio el Panettone porque creía que lo que tenía por dentro y por fuera eran pepitas de chocolate y resulta que son pasas. ¡Menuda desilusión!
  12. Que las lágrimas también pueden ser dulces.
  13. Que la vida sería menos divertida y carecería de magia sin él a mi lado…

Joder, lo que puede dar de si un puente…

jueves, diciembre 08, 2005

Remamos.


Muchas son las ocasiones en las que no encuentro las palabras adecuadas para pedirte perdón. Múltiples son las oportunidades que tengo de hacerlo... Cada minuto que pasa es una oportunidad que se desvanece en el oscuro mar del orgullo.

Muchos son los días en los que me ahogo en mi propio mar y sólo tu comprensión viene en barca y me lanza un salvavidas. Yo lo cojo, lo abrazo y noto que me arrastra hacia la orilla de nuestras certezas. Entonces me siento bien de nuevo.

Muchas son las preguntas que me hago con respecto a lo único que, hoy en día, hace que tu barca se tambalee. No llego a ninguna conclusión…, sólo a una: quiero que tu barca se convierta en nuestra barca y, juntos, remar hacia Ladonia.

jueves, diciembre 01, 2005

Una ración más de gotas de lluvia.


Algunos de vosotros me habéis preguntado, en relación al post sobre las gotas de lluvia, qué es lo que me dicen cuando caen sobre mis zapatos. Pues debo deciros que son muchas las cosas que me cuentan, no cabrían aquí, así que os voy a relatar una pequeña historia, una historia que ellas me contaron de alguien invisible…

Cayó una gota de lluvia en su oreja e, inmediatamente, sintió como si le hubiera atropellado un coche a gran velocidad mientras paseaba la falsa paz de su alma por las calles de aquella urbe que se mofaba de él a su paso por el simple hecho de ir sin ropa, sin caretas…, desnudo.

Eran los recuerdos los que conducían ese coche. Iban sin frenos, con la ventanilla bajada, infringiendo las leyes de la tranquilidad, borrachos de tristeza, drogados a base de esnifar nostalgia, gritando canciones de letras punzantes… Todos esos recuerdos en forma de gota en su oreja.

Se paró en seco y miró al cielo. Vio como llovían gotas, como caían recuerdos y le mojaban, inmediatamente echó de menos el el paraguas que dejó olvidado en aquella casa…, la que dejó de ser la suya, aquella que pasó a ser exclusivamente de él, aquella que fue espectadora en primera fila de la particular forma que tenían de decirse “te quiero”…, un leve toque con la lengua en el lóbulo de la oreja, casi como el roce de una gota de lluvia, tan efímero como lo fue su amor.

Las gotas de lluvia cuentan cosas, pero hay que estar atento, muy atento porque son casi como un susurro en tu oído. En el momento en el que me susurraron la historia que acabo de relatar me di cuenta de la fuerza y la importancia de los recuerdos, por muy pequeños que sean.

La próxima vez que llueva estad atentos, si tenéis suerte puede que os cuenten la historia de alguien invisible... Sin embargo, seréis tremendamente afortunados si, en vez de eso, oís vuestra propia historia.