Como viene siendo habitual, hago un alto en el camino para sentarme en este banco a contaros otra historia que, aviso dede el principio, no es real ya que me pongo en el punto de vista de otra persona, todo es fruto del viento de las ideas golpeando mi cabeza. Espero que os guste.
---------------------------------
Traspasé el umbral de la puerta de aquel hotel subida en mis zapatos de aguja y con una sensación de inquietud e irrealidad difícil de explicar incluso en los típicos momentos de confesión entre amigas en una noche de borrachera. Esas ganas de hablar, de sentarme y expresar lo que siento en cada momento son para mí casi como un asunto meteorológico. No sé que va a pasar al día siguiente, si me voy a levantar con una nube en mi cabeza, si van a salir rayos por la garganta o, si por el contrario, un sol pegajoso va a derretir mis dientes y hacer que se queden así hasta que una lluvia de lágrimas los abra sin más remedio.
Mucha gente cree (que no es lo mismo que lo piensen, ya que la mayoría de las personas creen en cosas que no piensan) que es la vida la que te pone delante una serie de obstáculos que tienes que sortear poniendo en práctica la más diversas técnicas que, o bien te han contado, has visto con tus propios ojos o has tenido que improvisar haciendo alarde de los recursos que vas guardando para cuando encuentres pareja y vivas con esa persona la mayor improvisación del mundo: una relación sentimental.
Pues no, no es la vida la que te pone ese tipo de obstáculos delante, son los hombres los que se encargan de que tengas una existencia parecida a una paella repleta de trozos que no te gustan (en mi caso los pimientos y los guisantes), los cuales debes de sortear con cierta habilidad y que si, casualmente, cae en tu tenedor tienes que comer por educación, por vergüenza o por el qué dirán el resto de los comensales que se reúnen alrededor de la mesa.
Bajé de la habitación del hotel con esa idea en la cabeza. Se me ocurrió en la ducha, le di forma a lo largo de mi solitario desayuno, la mascullé en el ascensor que bajaba los pisos con la misma rapidez con la que intentaba olvidarme del tío desnudo al que había dejado en la cama y la expulsé en forma de nota que dejé al recepcionista del hotel y que entregaría a aquel tipo nada más bajar: “Espero no encontrar nunca un hombre que lo haga todo tan mal como tú. Por no saber, no sabes ni roncar. Olvida la confianza que deposité en ti y que se fue por tu uretra tan rápidamente. Por no saber, no sabes ni amar”. Al dársela me di la vuelta de inmediato y me alejé taconeando de aquel hotel. No quería ver la sonrisa del joven recepcionista ni la satisfacción de sus ojos al comprobar que alguien de su especie se había comportado cómo él siempre había deseado actuar.
Me fui a casa y lo primero que hice al llegar fue comprobar que el parpadeante cero de mi contestador automático seguía allí. Me quité los restos de maquillaje como si quisiera corroborar que las pautas de mi vida, esas que se repetían una y otra vez en cada una de las arrugas de mi cara, no se habían movido de su sitio, me senté en la cama, me quité la peluca, las tetas postizas, las medias y el liguero… Volví a ser el hombre que siempre fui, sin embargo, ¿por qué sentía ese dolor que sólo las mujeres sienten?
Mucha gente cree (que no es lo mismo que lo piensen, ya que la mayoría de las personas creen en cosas que no piensan) que es la vida la que te pone delante una serie de obstáculos que tienes que sortear poniendo en práctica la más diversas técnicas que, o bien te han contado, has visto con tus propios ojos o has tenido que improvisar haciendo alarde de los recursos que vas guardando para cuando encuentres pareja y vivas con esa persona la mayor improvisación del mundo: una relación sentimental.
Pues no, no es la vida la que te pone ese tipo de obstáculos delante, son los hombres los que se encargan de que tengas una existencia parecida a una paella repleta de trozos que no te gustan (en mi caso los pimientos y los guisantes), los cuales debes de sortear con cierta habilidad y que si, casualmente, cae en tu tenedor tienes que comer por educación, por vergüenza o por el qué dirán el resto de los comensales que se reúnen alrededor de la mesa.
Bajé de la habitación del hotel con esa idea en la cabeza. Se me ocurrió en la ducha, le di forma a lo largo de mi solitario desayuno, la mascullé en el ascensor que bajaba los pisos con la misma rapidez con la que intentaba olvidarme del tío desnudo al que había dejado en la cama y la expulsé en forma de nota que dejé al recepcionista del hotel y que entregaría a aquel tipo nada más bajar: “Espero no encontrar nunca un hombre que lo haga todo tan mal como tú. Por no saber, no sabes ni roncar. Olvida la confianza que deposité en ti y que se fue por tu uretra tan rápidamente. Por no saber, no sabes ni amar”. Al dársela me di la vuelta de inmediato y me alejé taconeando de aquel hotel. No quería ver la sonrisa del joven recepcionista ni la satisfacción de sus ojos al comprobar que alguien de su especie se había comportado cómo él siempre había deseado actuar.
Me fui a casa y lo primero que hice al llegar fue comprobar que el parpadeante cero de mi contestador automático seguía allí. Me quité los restos de maquillaje como si quisiera corroborar que las pautas de mi vida, esas que se repetían una y otra vez en cada una de las arrugas de mi cara, no se habían movido de su sitio, me senté en la cama, me quité la peluca, las tetas postizas, las medias y el liguero… Volví a ser el hombre que siempre fui, sin embargo, ¿por qué sentía ese dolor que sólo las mujeres sienten?
12 comentarios:
las mujeres sienten dolor?
yo también odio los pimientos.
Aunque sea una historia inventada, no puedo evitar imaginarte -con la cara y el cuerpo que te he adjudicado- andando por el hotel vestido de tía y con taconazos.
Quiero saber cómo es ese dolor que sólo las mujeres sienten. ¿Me lo explicas, gasolinero? ;)
Gianis ahí, haciendo amigas! jaja Tú directamente a los pimientos de carne y si están entre las piernas mejor, no?
Zmt81, espero que me hayas imaginado con un buen par de tetas y unas piernas de escándalo! :P Ya te digo que la historia, aunque esté en primera persona, no tiene nada que ver conmigo..., ¿o sí? :)
¿Cómo es el dolor que sienten las mujeres?, habrá que preguntárselo a alguna, ¿no?, pero creo que, aunque el dolor sea universal, la manera de sentirlo es diferente según las personas. Metí el género femenino entero pq literariamente quedaba bien! Como efecto final, vamos. De todas maneras es lo que dice el personaje.., no yo :D
listillo...
pillín...
Uufff.
Akira
Aunque sigo extenuado visualmente tu relato despierta en mí la corroboración de que muchos sentimientos, solamente las mujeres los viven plenamente.
Por otro lado imaginarte con tacones también me hace gracia.
¿Si hay un encuentro de blogs invertidos, haremos una olimpiada travesti con carrera de tacones incluida???
estupendo, jeje
va el abrazo
Ese final, que me cambia toda la historia!!! Jejeje. Yo no te he imaginado vestido de nada eh, pero me ha gustado como con dos líneas me cambias la historia por completo, porque me había imaginado otra cosa, hasta que has puesto lo de las tetas y la peluca.
Que por qué siente el dolor que sólo sienten las mujeres? Porque no hace falta vestirse de mujer para sentirse como una no? Hay mucha gente "atrapada" en un cuerpo equivocado, o que tienen una parte feminina/masculina, más marcada que el resto.
Como siempre en tu linea campeón... haces bien en poner las letras al principio, porque más de uno te pondría que por qué te sentías así...
Asociar un sentimiento a un sexo, no es intentar castrar al contrario?¿...Me has echo pensar en Tacones Lejanos.
UN ABRAZO!
Me ha encantado lo de la paella... me has arrancado una sonrisa cómplice :)
Y supongo que no es la ropa la que hace al género sino los sentimientos y esos, por gracia o por desgracia, no se quitan tan fácilmente...
Hola, arcadas, soy nueva por aquí. He venido detrás de z y de gianis, curioseando, espero que no te importe :).
Me ha gustado mucho tu relato, y si es cierto que hay sensaciones que sólo las mujeres experimentamos, desde luego tú has sabido captarlas :). Gracias.
.
Me ha encantado el momento “tacones” tras dejar la nota en recepción. Yo creo que no hay diferencia entre el dolor masculino y femenino. El dolor es dolor, como tú bien dices, sienta quién lo sienta.
Un beso.
Publicar un comentario