Pues sí, el pasado domingo me tocó ser presidente de una mesa electoral en mi querida Murcia, qué hermosa y pepera eres.
En un principio hasta me hizo ilusión, pero ésta se esfumó cuando supe que iba a ser el pringao que se tenía que quedar hasta las tantas, hacer el escrutinio, rellenar actas, guardar cola en el juzgado, etc. Lo que no me dijeron es que tendría que lidiar con gente gilipollas, pero eso pasa también en la vida diaria, así que…
Mis vocales (y no me refiero a "a,e,i,o,u") eran unas verdaderas joyas. El primero un chaval joven, futbolista, con las caderas y el culo de una brasileña embarazada y que se equivocaba al copiar los nombres aún teniendo el D.N.I. delante. El segundo era un señor diabético que se escaqueaba cada cierto tiempo para pincharse insulina, que tardaba una eternidad en buscar a las personas en el censo y que hacía la misma función que un jarrón del Ikea... Ante tal panorama tuve que sacar toda la paciencia que se puede tener un domingo a las 8 de la mañana y la envidia de ver como en la otra mesa se ayudaban los unos a los otros, como buenos cristianos electorales.
A parte de eso, y de tenerlo todo controlado, tuve que bregar con los interventores del PP que malmetían contra los del PSOE..., como si fueran unos críos, mismamente como si fueran los alumnos que habían hecho los dibujos que decoraban las paredes del colegio... Ahora resulta que la política no es ganar, sino ganar a costa de pisotear al contrario o joderlo, pero yo fui imparcial y no me dejé influenciar por nadie, y menos por alguien de un partido que está en contra de los matrimonios homosexuales. No soy yo muy político que digamos, pero por ahí no paso.
Conversaciones absurdas sobre Fernando Alonso, el culo de la votante número 145 y la diabetes del segundo vocal adornaron mi mesa durante 13 interminables horas…Y encima, al final, no nos cuadraban los votos por uno. Menos mal que el representante del ayuntamiento (que era maricón y me sonaba de haberlo visto por ahí) tuvo la brillante idea de que pusiéramos un voto en blanco para que cuadrara. “¿Todos de acuerdo?”, y se oyó al unísono... “¡SI!”. Y es que la gente tenía más ganas de irse que Rita Barberá de celebrar su victoria con una botella de vino y un coño.
En fin, una experiencia más que no quisiera repetir en lo que me queda de vida.
Ah, y para postre (nunca mejor dicho) un interventor del PP pasó una bandeja de dulces, me comí tres y aún sigo vivo. Qué extraño...