viernes, junio 30, 2006

¿Darle vida?


Nota: Pues sí, me voy a ausentar unos cuantos días donde espero volver a llenar mi mochila de momentos, recuerdos, fotos, palabras, sonrisas y un poco de sol. Mientras tanto os dejo con una de esas historias mías que no está basada en hechos reales por más que zmt81 se empeñe en decir lo contrario. Sed buenos y hasta pronto :)
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Había estado escuchando durante toda la noche el incesante ruido de la lluvia al estrellarse contra el suelo tal y como las palmeras próximas a una catarata observan el agua caer…, es decir, como si todo fuera un espectáculo circense, tranquilas y seguras de que nada va a cambiar al amanecer. Sin embargo, tanto las palmeras como yo estábamos totalmente equivocados. Aquella mañana se oyeron pies corriendo aceleradamente y gritos ahogados por todos los rincones de la casa hasta que alguien abrió la puerta de mi habitación.

-Cariño..., papá ha muerto.

Ayudé a mi madre a vestirse, era incapaz de hacerlo sola. No paraba de repetir que sabía que esto tenía que pasar cualquier día, que papá no estaba para llegar a las tantas de la noche a casa, y yo añadiría que, casi siempre, oliendo demasiado a alcohol… El olfato de mi madre, atrofiado por una compleja técnica depurada a lo largo de los años de matrimonio, se negaba a oler más allá del coñac que impregnaba la comisura de sus labios y de ver más allá de la puerta que daba a la calle.

-Tranquila, mamá, yo te pongo los zapatos.

Tras terminar de vestir a mi madre y pronunciar estas palabras de repente me di cuenta que yo también necesitaba que alguien me ayudara a ponerme los pantalones, pero nadie lo hizo. Todo lo demás pasó a cámara rápida. Me sentí como un actor secundario en una película de serie B. Demasiados apretones de manos, demasiadas caras largas y ningún abrazo.

El féretro, la nueva casa que portaba a mi padre y su fallido corazón, reposaba en una pequeña habitación marrón de no sé qué sitio que olía a fregasuelos barato. Yo había ido hasta allí como un autómata, negándome a conducir y negándome a mí mismo tal y como había hecho durante toda mi vida.

Mis zapatos de vestir presionaron la moqueta de aquel lugar haciendo un ruido parecido al de una colchoneta al desinflarse. Detrás de mí venía mi madre arrastrando la pena al igual que los pies. Ella quiso a mi padre, él a ella no. Ella le había dado 24 años de su vida, él 22 de indiferencia.

Allí mismo pedí a todos que me permitieran estar a solas con mi padre durante un rato y, acto seguido, cerré la puerta de la habitación con un movimiento suave para no despertarlo.

Le habían afeitado. Mi padre se afeitaba muy pocas veces, no parecía él si no hubiese sido por el rictus duro como el mármol que su cara vistió durante tanto tiempo y que aún poseía… Si pudiera le devolvería la vida, haría cualquier cosa para que esos labios agrietados a base de no reír volvieran a moverse.

Una idea se me pasó fugazmente por la cabeza… ¿cuál era la fuente de la vida?, el inicio de ésta adoptaba forma de espermatozoide, si bien se necesitaba un óvulo esta vez no iba a ser necesario. Me saqué la polla y empecé a masturbarme lo más rápido que pude…, quería hacer aquello por mi padre, lo que fuera para lograr darle vida de nuevo.

Tardé poquísimo en eyacular sobre él. Me di prisa porque no quería que su alma escapara del todo. Fue el orgasmo más increíble que tuve nunca. El comienzo de la vida encima de mi padre, quería darle lo que él me dio a mí, ¡quería darle vida!... ¿quería darle vida?, ¿o simplemente quería darle lo mismo que hacía él conmigo cuando yo era pequeño?

lunes, junio 26, 2006

El acantilado teñido de rojo.


No fue difícil verla. Su traje rojo resaltaba entre la vegetación como lo haría una boya en el medio del mar…, justo como ese mar que se oía de fondo y que era la razón de mis visitas a aquel lugar alejado de la civilización.

Cada mes gastaba dos horas de mi vida en conducir hasta allí. Había hecho un contrato con él, firmado en voz alta y con los brazos estirados, a pleno pulmón, con el eco como testigo, con nuestros miedos como intercambio y con brindis incluido… Un día, hace ya seis años, las gotas de sudor de mi frente chocaron con el mar y éste, a su vez, empapó mi cara de pequeñas lágrimas saladas que me dijeron que estaba triste y aterrorizado. Fue así como, con esa especie de brindis, me hermané con aquel acantilado y todo lo que le rodeaba.

Me acerqué a lo que parecía ser una chica vestida de rojo y tirada en medio de aquella frondosa hierba. Estaría dormida, desde luego no era la primera vez que yo mismo me había quedado dormido allí, esnifando paz.... Después de intercambiar miedos con el mar uno se queda relajado, como si te hicieras un peeling interior. Te metes la mano por la boca, rascas lo malo de dentro y lo vomitas todo. Pero lo importante está en escuchar al mar hablar de sus miedos. Él mismo me dijo que estaba harto de ser el recipiente de los miedos ajenos, de ser el protagonista de baños purificadores, de expiaciones de pecados veniales, de ser la balsa de inseguridades y malas vibraciones de todos aquellos que así lo quieren sin ni siquiera preguntar. Él también tenía derecho a contar sus propios miedos y allí estaba yo para escucharlos, como bien ponía en nuestro contrato.

Me agaché y la toqué, pero no se movió. Era morena, pálida de piel, frágil como la hierba de su alrededor, casi etérea. A su lado un bolso y un bote de pastillas… Perfecto lugar para suicidarse, pensé. Puse mis dedos en su cuello y noté un débil latido masajeándome las yemas.

-¿Pero qué has hecho, mujer?

Eché mano al móvil para llamar a una ambulancia cuando un pensamiento me paró en seco. ¿Quién era yo para destrozar sus deseos de morir?, ¿y si no tenía derecho a despertarla de esa lenta y dulce muerte voluntaria? La miré fijamente, sus labios estaban relajados, incluso dejaban entrever una leve sonrisa, sus párpados eran como las sábanas que arropaban un placentero sueño, sus manos yacían tranquilas, una en su pecho y la otra acariciando la hierba, como si quisiera fundirse con aquel entorno, tal y como yo me fundí tiempo atrás… Me levanté, di media vuelta y me despedí del mar con la mano.

Debía dejarla morir en paz. Aquella chica vestida de rojo había decidido suicidarse, estaba en su pleno derecho, al igual que mi conciencia se suicidó el mismo día que encontré este lugar hacía ya seis años. Se asomó por mi boca y cayó por el acantilado hasta lo más profundo de aquel mar que también me decía adiós con la mano.

jueves, junio 22, 2006

Clic.

Le faltó un tris para poder captar esa imagen que tanto quería con, aquella, su cámara especial.


Le faltó un tris para poder captarla, así que la vida se propuso hacer un guiño en forma de “clic” con su ojo izquierdo. Decidió en menos de un instante echar aquella fotografía que tanto ansiaba para, de esa manera, llevarla en su cabeza y en su interior durante mucho, mucho tiempo.


Así fue.


Por cierto… ¿cuál es tu fotografía?

lunes, junio 19, 2006

Deslizándose.

Y noto tus dedos bajar por la duna de mi espalda como si fueran beduinos en busca de su camino. Y siento como escalan por mis omoplatos sin dificultad alguna hasta llegar al borde de mi hombro. Y entonces van y se tiran hacia abajo, sin miedo, siguiendo el surco de mi espina dorsal, dejando una estela de deseo, un rastro de suavidad que me hace gemir.

Y van patinando por mis costados mientras pisan mi carne de gallina haciendo siluetas y volteretas al ritmo de esa canción. Y me doy cuenta que, si me concentro, puedo oírlos hablar…, me cuentan nuestra historia, me la signan en la espalda, la escriben en esos rincones de mi cuerpo que sólo tú conoces tan bien. Y, mientras, aprieto más fuerte la almohada, hundo mis dedos e intento exprimir los sueños que hemos ido dejando dentro de ella durante toda la noche. Y los exprimo, los bebo, los saboreo…, casi tanto como tus caricias.

Y no sólo eso, sino que también bucean dentro de mí sin alterar nada más que mi respiración y mi ritmo cardiaco. Y escarban en mis deseos revolviéndolos como si fuera mi pelo, y se retan mutuamente en una carrera para ver quien llega antes a la meta de mi lengua, y en la "foto finish" tus dedos y mis deseos se confunden. Ambos ganan.

Y noto que el viaje se va acabando. Tus dedos lo han recorrido todo, por fuera y por dentro, han ido tapando mis poros con tus huellas, han ido dejando vestigios de ti en mí…, pero quieren más, y yo también. Me doy la vuelta y nuestras pieles se confunden, no sé cual es cual, no importa, somos uno.

Y sabes perfectamente que tus secretos están a salvo bajo mi epidermis.

Audio: Mandalay - You forget

martes, junio 13, 2006

En las tuberías.


Nota: siento “saturar” a historias y no colgar post más personales, pero es que últimamente todo es muy tranquilo a mi alrededor y no se presta a que lo convierta en “arcada”, aunque, claro está, todo lo que escribo lleva algo de mí (esto no, no os asustéis). Al menos intento que las historias sean de un tono totalmente diferente las una de las otras.

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Cogió y se sentó en la encimera de la cocina con los pies dentro del fregadero, la cabeza entre las rodillas y la mirada fija puesta en el agujero del desagüe. Como si fuera une esquimal intentaba pescar los pensamientos que por allí se le habían colado después de colgar el teléfono hacía justo una hora. Estuvo mucho tiempo de esa manera, sin moverse, sin casi respirar, totalmente en silencio, hasta que oyó algo que creyó provenía de alguna tubería lejana… Era una voz fina, acuosa, apenas perceptible, un hilo lastimero que no se entendía y que le erizó el vello de la espalda.

Volvió a sonar el teléfono. De un salto, y con el corazón acelerado del susto, se puso en el suelo y corrió para descolgar rápidamente.

-¿Diga?

-Hola… –dijo la voz llorosa de su hermana-. Supongo que ya te habrás enterado, ¿no?

-Sí, mamá me ha llamado hace media hora para decírmelo.

-¿Estás bien?

-No puedo estar bien, pero ya he dejado de llorar.

-Yo no puedo por más que lo intente –hipó su hermana-. Es un palo muy gordo para todos. No sé cómo vamos a hacer para salir de esta, en serio. Todavía no me explico como pudo morir de esa manera.

-Sandra, te tengo que dejar, no puedo hablar demasiado ahora. ¿Cuándo venís a recogerme para ir al tanatorio?

-A las seis.

-Pues luego hablamos… Hasta dentro de un rato, ¿vale?

-Sí…, hasta luego.

Nada más colgar volvió a la cocina y se sentó justo como estaba antes, mirando fijamente al agujero del fregador, cogiéndose la cabeza con ambas manos y dejando los oídos libres por si oía algo.

Su hermano pequeño había muerto hacías escasas dos horas. Intentaron reanimarle pero fue imposible. Tenía seis años.

El tic tac del reloj se fundía con el soniquete de sus dedos al tamborilear en el aluminio del fregador. Tenía que vestirse pero no podía despegarse de allí hasta que… ¡Ahí estaba otra vez!, de nuevo oyó aquella voz ininteligible que le subía por las piernas llenándole todo el cuerpo de un escalofrío húmedo. Justo la misma que antes.

Decidió bajar de ahí y pegar la oreja lo más cerca posible del desagüe. Entonces lo oyó claramente.

-Fuiste tú… Fuiste tú….

Separó la oreja del agujero y acercó la boca.

-Lo sé, querido hermanito, sé perfectamente que fui yo quien te ahogó en la bañera... –dijo con una mueca muy parecida a una sonrisa mientras volvía a poner el tapón en el agujero del fregador.

jueves, junio 08, 2006

Pisa aquí.


Llegaba todas las noches a casa con la sensación de cansancio pegada a las suela de los zapatos. Él no se daba cuenta, pero iba dejando huellas en el camino de regreso del restaurante. Unas veces eran firmes, enteras, otras eran "semihuellas" de esas que quedan difuminadas en el suelo… Poca gente lo sabe pero las huellas que vamos dejando a lo largo de nuestra vida esperan a que alguien pise encima de ellas para ver si, con la nueva huella, pueden cobrar vida e ir juntas a dar un tranquilo paseo, el viaje más largo de sus vidas, hacer un sprint final o, simplemente, ir cojeando hasta la próxima esquina.

Después de dejar las llaves encima de la mesa y de saludar a su perro lo primero que hacía era quitarse los zapatos y guardar su herramienta de trabajo bajo la cama… Aquella noche había ayudado a unir a tres parejas, no había sido su record y lo sabía, pero estaba más que satisfecho por el resultado y por las felicitaciones de su superior.

Dejaba correr el agua de la ducha por su piel mientras hacía un resumen mental de su jornada… Había visto una declaración tradicional con anillo de por medio, las manidas frases sacadas de la típica película americana, la emoción de unos ojos femeninos pintados con el rimel de la ingenuidad y las promesas de eternidad que tienen como límite el frío muro de la muerte. La siguiente había sido corta y tímida, pero sincera, sellada con un furtivo beso ante decenas de miradas envidiosas. Y la última…, la última casi le hizo llorar, pero tuvo que anteponer su profesionalidad y beberse las lágrimas como ellos bebieron champagne para sellar su nuevo compromiso.

Cerró el grifo, cogió una manzana y, desnudo como estaba, se sentó junto a la ventana para mirar hasta donde sus ojos llegaron a alcanzar. Buscó debajo de la cama, sacó el violín de su caja y empezó a tocar. Disfrutaba mucho cuando lo hacía por placer, pero su trabajo en el restaurante le obligaba a hacerlo siempre que los clientes lo pedían, como si la música de su violín les sirviese de bálsamo en el momento de declararse, como si fuese el amortiguador de sus palabras, el catalizador de sus emociones, un punto de unión más… Para él era su violín y le gustaba tocarlo mirando por la ventana mientras sentía los rescoldos de todos aquellos sentimientos ajenos que nunca había sentido y que tanto le quemaban por dentro.

Torció la cabeza al ritmo de la música y vio las húmedas huellas que sus pies habían ido dejando por toda la habitación. Sin dejar de tocar, y mientras una lágrima se fundía con las cuerdas de su violín, simplemente deseó que algún día alguien pisara las huellas que había ido dejando por aquella grande y solitaria ciudad.

lunes, junio 05, 2006

Deseoníricos.


Desde que era pequeño se había acostumbrado a beber en mitad de la noche. Al principio le bastaba con un vaso pero, poco a poco, tuvo que sustituirlo por una botella de litro y medio ya que su sed fue creciendo junto con las extremidades de su cuerpo y los granos de su cara… Fue así hasta que llegó un momento en el que todas y cada una de las noches se dormía con una botella de agua a los pies de su cama. Hay quienes duermen con el ángel de la guarda, él lo hacía con una botella “Lanjarón”.

Luego estaban ellos, los que se iban arrastrando por el suelo de la habitación, silenciosos, dejando una estela viscosa, agazapados junto a los miedos que se esconden bajo la cama, mimetizados por el día con la blanca pared, despiertos de noche por el ensordecedor sonido que hacen las barreras del subconsciente al abrirse. Los deseos esperaban el turno para colarse en su cabeza de cualquier manera posible. No siempre lo conseguían.

Aquella noche de verano, después de un buen trago de agua y debido a la torpeza de sus manos, el tapón de la botella rodó bajo la cama y, accidentalmente, los despertó. Él ni siquiera se dio cuenta, dio media vuelta y siguió durmiendo con la boca aún húmeda.

Tras unos momentos de desconcierto los deseos se pusieron en marcha y, uno tras otro, desfilaron por el frío suelo hasta el filo de la botella para acabar todos nadando en el agua esperando el turno de ser bebidos y poder colarse en sus profundos sueños... Dicho y hecho, media hora después, y tras incorporarse levemente, dio un largo trago de agua sin ser consciente de lo que verdaderamente estaba haciendo.

No se volvió a despertar hasta bien entrada la mañana cuando, empapado en sudor, temblando y rígido, se levantó precipitadamente para ir al cuarto de baño a vomitar los últimos instantes de su sueño. Cuando terminó, aún turbado, volvió a su cama, se sentó en el borde y pasó la palma de la mano por su frente perlada de gotitas para, así, despejar de su cabeza cualquier rastro de esos deseos ocultos y oscuros que sólo le pertenecían a él y que le habían estado torturando durante toda la noche.

Poco después, y una vez que sus dedos le permitieron escribir, se sentó delante de una libreta para apuntar, poco a poco, todo lo que iba recordando...

jueves, junio 01, 2006

Simplemente...


A veces uno necesita salir…, simplemente salir. No en un acto puramente físico, no significa andar, pie sobre pie, no es dar un paseo, brazo sobre brazo, no es coger el coche y largarse, kilómetro sobre kilómetro, es algo que implica salir de la crisálida de la rutina, sacudirse enérgicamente los días de la semana de encima de los hombros, se trata de atarse dos pequeñas alas en los zapatos y salir de ahí…, simplemente salir.

Son esas pequeñas “renovaciones momentáneas” las que me tienen en pie, las que se van convirtiendo en la lima que uso para desgastar los barrotes del tedio, de la soledad o del egoísmo que pulula a mi alrededor y que incluso, a veces, vienen de dentro de mí a joder lo que los demás pueden joder ellos solitos. Lo malo es que, como su nombre indica, duran más bien poco… El bote de “renovaciones momentáneas” es pequeño y está tan rico que, cuando se nos pone delante, lo bebemos ávidamente e intentamos saborearlo y apurarlo lo máximo posible. Una vez acabado es cuando cerramos los ojos y eructamos recuerdos recientes.

Últimamente bebo de un solo bote. No es que no me queden más, sí que los hay, pero a algunos les he empezado a descubrir un leve sabor amargo que me causa arcadas. No sé si ya han caducado, no sé si volverá a saber bien al intentar cambiar algún que otro ingrediente, pero lo cierto es que me he dado cuenta que el bote que más me renueva se llama “”, y que, cuando se me acaba, busco bajo mi lengua para intentar capturar algún pequeño momento que me sirva para salir…, simplemente salir de aquí.

Audio: Flunk - Blind my mind