jueves, noviembre 25, 2010

Un robot a la intemperie.


Me interesa quedarme callado en el medio de la nada para escuchar lo que me dices y analizar palabra por palabra. Sí, soy así, un robot del análisis cuyos engranajes se abren para que no se escape nada y pueda procesarlo todo hasta cagar, con mi culo de hojalata, una buena conclusión a la que atenerme.

Me interesa estudiar tus circuitos mentales hasta conocer todas y cada una de las interconexiones que pululan por tu interior como intestinos retorcidos. Me convierto en cirujano-robot. Uso el escalpelo de mi mirada para hacer una incisión en tus pupilas, indolora, inapreciable, pero lo suficiente para introducirme y escarbar.

Me interesa bajarte los pantalones y mirar por el agujero de tu uretra. Ver lo que hay para, en un momento determinado, poder bañarme en tu semen y convertirme en un robot-nadador. Competir con tus espermas para ver quién es el más fuerte. Ponerte a prueba..., probarte entero.

Me interesas, pero no sé hasta que punto me convienes. Ahí está la cosa.


lunes, febrero 22, 2010

La decepción.


Una vez más la decepción me envuelve con papel transparente por todo el cuerpo y me mete de una pieza en el congelador de casa, junto al arroz tres delicias... Oigo como los guisantes cuchichean entre ellos sobre mí y le dan codazos a los granos de arroz mientras intentan disimular. Los escucho perfectamente.

La decepción te estira la cara y te engarrota los dedos para que no puedas señalar el camino a seguir. La decepción le da al pause de los latidos de tu corazón y lo mantiene así unos cuantos días hasta que la catársis viene e insufla, de nuevo, aire purificado en tus ventrículos. La decepción es la vecina del quinto que de vez en cuando llama a tu puerta para pedirte sal e, inmediatamente, te la tira a los ojos... Esa es. La decepción.