Hace poco me enteré, gracias a G., que algunos estudios científicos localizan una pequeña zona en el corazón que hace la función de cerebro. Lo descubrieron al investigar por qué la gente cambia de forma de ser cuando les trasplantan un corazón de otra persona (más allá de que la experiencia sea de por si traumática y afecte).
Casi me echo una mano a la cabeza y otra al pecho con cara de Homer Simpson cuando le da un ataque, y es que creo tener bastante con un cerebro más o menos lúcido en la cabeza como para tener otro en el corazón que también se empeñe en darme órdenes ya que, y de esto no hay duda, siempre se llevan la contraria cual tertulianos de “A tu lado”. He perdido la cuenta de las veces que se han peleado entre ellos para ver quién tenía razón y poder llevarse a casa el trofeo de la cobardía o la impulsividad. ¿No sería más fácil sentarse y firmar un convenio dejando bien claras las cláusulas amatorias? Me refiero a éstas porque son el principal motivo de gresca interna, pero hay muchas más.
Me niego a tener el doble de discusiones entre mis dos (a veces tres) cabezas y mi corazón. Joder, que hay veces que se gritan cosas dignas de un concursante de Gran Hermano:
-¡Que te den por la próstata, nen!
-¡Y tú vete al puto riñón, corre!
Quiero que los científicos se estén quietos, que dejen nuestros corazones en paz. Ya tenemos bastante con las malas cirugías que, a veces, solemos hacernos a nosotros mismos al remendar una operación a corazón abierto con suturas tan finas que con nada se rompen, como para meter un tercer púgil en el cuadrilátero de las decisiones, porque está claro que ganaría el cerebro por K.O. y no, no me da la gana. Que no, coño, que no. Punto pelota.
Audio: Björk – The triumph of a heart