domingo, noviembre 27, 2005

Dead Disco.


La noche se presentaba como siempre, y como siempre ha sido.

Quedamos en casa de W., un argentino que se come toda vagina viviente, y, así, esperar a que se hiciera una hora decente y poder salir un ratillo, porque ahora (antes no pasaba) si sales a la calle antes de las 12 o la 1 no hay ni un puto alma.

La casa de W. es extrañísima, con un pasillo que rodea y la une toda. Te pones a andar y llegas al mismo sitio donde comenzaste, es algo laberíntico. Todos esperábamos encontrarnos con David Bowie en aquel laberinto, pero lo único que encontramos fue aquella especie de casa-submarino donde nos aguardaban unos sofás para esperar a que llegaran los demás, unas cervezas, un par de pelis porno en la tele (una hetero y una gay) y un reportaje sobre enanismo que decidimos ver por unanimidad.

Después de esperar así como dos horas y de tragarnos todo el reportaje (también vimos como alguna y alguno se tragaba más de una cosa) nos pusimos en marcha y comenzó la historia de siempre: pub de música cansina, caras conocidas, baile automático y miles de cosas que voy a obviar.

No sé cómo me convencí a mí mismo para ir a la discoteca. Quizá porque hacía siglos que no iba, porque mis amigos siempre que me ven me preguntan “¿dónde te metes?” y me dan ganas de contestarles que hay más alternativas que esto, que, a veces, mi manta es mejor compañía que ellos, pero me callo y digo: “Pues aquí, allá, es que no paro”. Y nos montamos en el coche escuchando a la puta Madonna... “Ahógate en tu propia regla y cállate ya, coño”, pensé.

Ya dentro, todo es lo mismo…, incluso peor. Ahora hay gogos que ejercen de mamarrach@s, pero todo sigue como si se hubiera parado el tiempo muchos años atrás, incluso la gente que baila y se mueve está parada, encallada, ralentizada, metida en el laberinto de sus propias casas.

Veo a un ex y nos obviamos, miro a los gogos y los obvio, la gente se observa y se obvia. Mi amigo me toca el hombro y me dice:

-Qué peste, alguien está fumando algo que está podrido.

-No, nene –le respondo-. Será que están fumando sus propias vidas.

Mi amigo me mira y sigue bailando. Yo obvio todo lo demás y continúo también bailando mientras creo que estoy enroscado a mi manta en el laberinto de esa casa que todos tenemos y que se llama vida.

Audio: Metric – Dead Disco

miércoles, noviembre 23, 2005

Gotas de lluvia en mis zapatos.


Hoy llueve… y no, no voy a decir lo típico de que los días de lluvia me ponen triste porque no es verdad. El único efecto que ejercen sobre mí es el de querer quedarme en mi habitación, con mi manta, viendo alguna peli japonesa, leyendo o escribiendo un rato sobre las ventanas ahumadas de mi casa.

Algunos días de lluvia salgo a la calle y veo como las gotas de lluvia caen sobre mis pies…, y noto que me hablan, me cuentan cosas. Me quedo mirándolas mientras caen y me susurran al oído. Entonces quiero que paren, porque demasiada información me satura, es como si se produjera un colapso en mi mente y dejara de pensar, como cuando una arteria se obstruye y causa un infarto, pues igual… Entonces corro para que me dejen en paz, porque alguna vez he escuchado que los ignorantes son más felices que los que no lo son, huyo de ellas para que se callen y no me mojen más, intento buscar un desierto donde resguardarme.

Hasta que, tras un rato, paro, respiro, miro hacia arriba y me doy cuenta de que huir no es la solución, que, aunque sea poco a poco, debo escucharlas una a una, sobre mis zapatos mojados. Así que busco un charco y decido saltar sobre él, chapotear, salpicar y recordar... Recordar cuando de pequeño me ponía mis botas para la lluvia, las de goma azul, con sus cordones y sus dibujos en la parte alta.

-Mamá, quiero ponerme las botas de la lluvia.

-¿Hoy?, pero si no llueve.

-Da igual…

Y caigo en la cuenta de que quería ponerme esas botas para que las gotas de lluvia no me mojaran y resbalaran lejos de mí, y que, de esa manera, no me pudieran hablar ni me contaran cosas que no quería escuchar, y me veo ahora, chapoteando en los charcos, siendo consciente de que lo mejor es saber, no ignorar, y miro hacia abajo, sonrío y pienso:

-Vaya una puta mierda, me he calado las campanas de los vaqueros.

Y, sin embargo, sigo saltando. ¿Alguien me puede parar?

lunes, noviembre 21, 2005

La inquilina de dentro.


La culpabilidad y yo somos uno. Creo que, siendo aún un neonato, mi cordón umbilical no iba unido a la placenta sino, más bien, a una inmensa maraña de sanguinolentos remordimientos que alimentaban, día y noche, a mi culpabilidad y a mí por partes iguales. Puede que suene dramático, lo sé, pero también lo son los Informativos de Tele 5 y a mucha gente les gusta, ¿no?

Con el tiempo, mi culpabilidad fue tomando una forma menos visible y se camufló detrás de mi frialdad, que, a veces, es tanta como hielo hay en el Polo Norte. La escarcha hizo, y sigue haciendo, que no me de cuenta de lo culpable que me siento hasta que la frialdad decide irse a fumar un cigarro al balcón y aparece la culpabilidad con una presencia casi tan rotunda como la de Divine en las películas de John Waters.

Este fin de semana ha hecho acto de presencia dentro de mí, justo cuando mi chico me estaba abrazando, justo cuando yo le estaba abrazando. Me debía dos meses de alquiler sin pagar, así que decidí que la culpabilidad tenía que ir fuera de mí.

-Perdóname si alguna vez te trato mal. –dije a quién estaba abrazando.

Noté como se esfumaba, como abandonaba mi interior…, al menos por ahora. Cada vez que hace acto de presencia en mí quiero ponerle una denuncia por allanamiento de morada pero… ¿a quién acudo?

Dos cuerpos desnudos bajo una misma manta. La mano de uno de ellos recorriendo el cuerpo del otro…, de arriba abajo. Sólo un sonido, el de la mano rozando la manta, muy parecido al ruido de una ola que nace a lo lejos y que va y estalla en la orilla de mi espalda.

A veces parece como si quisiera coger un salvavidas pero, en realidad, quiero ahogarme en ti.

Sin culpabilidades. Sin inquilinos internos.

viernes, noviembre 18, 2005

Compartiendo.


A veces compartimos trozos de vida con la gente y no sabemos cuán importantes pueden llegar a ser.

Ayer mismo fui a cortarme el pelo a casa de un amigo que ha retomado su profesión de peluquero y que sólo me cobra 5 euros por corte. Yo me fío de él, es la segunda vez que lo hace y me deja un look más moderno que mi anterior peluquero, un amigo de mi padre con pinta de pederasta hipertenso. Llevaba toda mi vida con el mismo, ya era hora de cambiar. Lo reconozco, soy una persona que se acomoda en las situaciones y luego pasa mucho miedo cuando hay cambios (forzados o imprevistos). Todavía espero que mi vida pegue un cambio, lo espero con temor, agazapado en mi vida actual, esperando que llegue una actualización de ésta (como los antivirus de los ordenadores) y la renueve por fin.

Cuando llegué a su casa me encontré que, a parte de cortarme el pelo, me invitaban a cenar y a ver Gran Hermano. Cómo el único plan que tenía era volver a mi habitación a esperar que mi vida cambiara, decidí quedarme con ellos a pasar un rato. Hubo pizza, una manta para cubrirnos, conversaciones sobre el enorme tamaño de la polla del hermano de alguien y de mi propio amigo peluquero, comentarios superficiales sobre los protagonistas del concurso, llamadas al móvil de la puta de mi jefa jugando a ser comprensiva y buena persona, y, lo que es más importante, fui consciente de que jamás podré compartir piso con más de una persona a la vez. Creo que no soporto otra presencia que no sea la de la soledad. Ha crecido conmigo, la tengo aprecio y siempre me acompaña… Debo decir que también soporto la presencia de mi novio, es con el único con quien compartiría (y de hecho comparto) mi soledad. Le dejo que juegue con ella un rato, y que le de besos, le haga el amor, la abrace, le frote la espalda en la ducha…, no soy celoso. Pero…, ¿compartir mi soledad con otras personas así como así? Lo siento… La audiencia ha decidido que debe abandonar la casa.....: el resto del mundo.

Me fui andando a eso de las 12 deseando llegar a mi habitación para comprobar si mi vida y mi soledad estaban en el mismo sitio. Allí estaban…, me pajeé con ellas y me empezó a entrar el sueño… En ese estado empecé a pensar lo fácil que resultaba compartir un trozo de vida con los demás, casi como el trozo de pizza que compartimos en aquella casa, pero lo difícil es que, al saborearlo, te sepa bien, te deje un regusto agradable que te diga que hay que repetir.

Cuando estaba medio dormido, a eso de las 2, un grupo de niñatos empezó a armar bulla en la calle, tanto que creí oír la voz de algún vecino echándoles la bronca…, pronto pararon. Lo hicieron para, gritando como posesos “¡hijo de puta!", dar patadas a la persiana de un almacén y armar tal estruendo que despertaron a mi soledad y a mi de un sueño con sabor a pizza.

En ese justo momento deseé compartir con ellos una bala en medio del entrecejo. Pero no lo hice, me quedé dormido.

Mi soledad también.

jueves, noviembre 17, 2005

Un camino, mi camino.





Creo que los blogs sirven para poco…, más bien para nada. Sin embargo, ando estos días dándole vueltas a la cabeza y he llegado a la conclusión de que, al menos, sirven para hacerle pensar a uno.

Puede sonar estúpido pero la gente piensa poco, entre ellos me incluyo. Ya sea por falta de tiempo, falta de práctica, falta de ganas o falta de un cerebro (entre éstos últimos creo que no me incluyo), nos paramos bastante poco a reflexionar y a buscar un “por qué” a la mierda que nos rodea. Ojo, a veces la mierda es buena, y no hay que dejar de olerla porque sea buena.

Intentaré pensar de vez en cuando por aquí, contándome las cosas a mí mismo, siendo consciente que las palabras no se me dan del todo bien, pero sí las letras.

Puede que un día me cuente dos cosas o no me cuente nada en una semana. Eso no me importa. Mientras escriba estaré vivo, es lo único que sé.