viernes, enero 13, 2006

Palabras formando historias en mi cabeza.


Aquí estoy, sentado y dispuesto a contar otra historia , ficticia total, que nace de mi imaginación para todos aquellos que queráis leer un poco. Quizá sea algo más largo de lo que se suele escribir por aquí, por eso os pido un favor... Leédla cuando no haya prisa, ni sueño, ni ganas de mear, ni "poca predisposición". No es una orden, entendedme, es una recomendación. Gracias a todos :)

Esperaba impacientemente cada domingo mientras acariciaba y peinaba la alfombra verde de mi habitación. Nunca me dejaron tener un gato o un perro, así que la alfombra suplía las carencias de no poder disfrutar de una mascota correteando por el parquet de mi casa. Recuerdo que me extendía encima de ella intentando econtrar el latido de su corazón y, para que se calmara, le acariciaba suavemente, siendo un poco más enérgico en aquellos sitios donde yo sabía que más le gustaba.

Esperaba cada domingo como si fuera el último domingo del mundo a que mi casa se llenara de los amigos de mi padre, cuatro maduros de pelo cano que lo único que hacían era fanfarronear de los éxitos de su vida, relegando todas sus miserias al cuarto oscuro del orgullo. Todos pertenecían al club de tiro con arco y pasaban la tarde del domingo practicando en el jardín de la parte de atrás de mi casa. Para mí eso era tan importante como el simple pensamiento de que, un inesperado día, mi alfombra se levantara y se posara encima de mi cuerpo calentándolo y alejando la soledad allá donde fuera necesaria.

Corría escaleras abajo y me ponía detrás de la diana a esperar a que tocara mi turno. Yo era el encargado de quitar flechas y devolverlas ordenadamente a mi padre y a sus amigos. Al final ellos me daban un poco de dinero que me servía para que pudiera comprar chucherías o alguna revista, casi nunca daba para más.

Me sentaba sobre la mullida hierba, siempre a una prudente distancia, contando los impactos de las flechas... uno, dos, tres, cuatro, ¡cinco! Y salía yo a escena, intentado ser lo más ágil posible para, rápidamente, quitar las que habían impactado, que no siempre eran todas, en la agujereada diana. Una vez hecho mi trabajo volvía a mi puesto inicial y oía las carcajadas de mi padre por algún chiste verde o alguna mofa salida de sus sucias bocas.

Mientras que se preparaban para volver a tirar yo jugueteaba acariciando la hierba. El tacto no se parecía al de mi alfombra, pero siempre esperaba a que saliese alguna hormiga a echarme la bronca por molestar y armar ruido a la hora de la siesta. Me hacía tanta gracia que me tenía que tapar la boca con una mano para que no se oyera mi risa y me tomaran por loco. Aquel día no sólo había salido una hormiga, sino que un grupo de ellas correteaba por el suelo mientras yo quitaba las briznas que podían dificultarles el paso y que, de alguna manera, compensaba el agravio de haberlas molestado. Empecé a contar las hormigas a la par que los impactos en la diana... una, dos, tres, cuatro y ¡cinco! Automáticamente salí de detrás y me di cuenta de que cinco eran las hormigas que había contado, no impactos en la diana, todo eso en el mismo momento en el que la flecha del Doctor Suárez impactaba en mi ojo.

Ya no recuerdo más, sólo que caí encima de la hierba y las hormigas.

La flecha sólo rozó mi ojo, no se llegó a clavar. Me operaron varias veces. Aquella sala blanca era muy fría, no tenía alfombra. Miraba a los pies de la cama con el ojo sano que me quedaba destapado y veía el suelo desnudo, como mi alma.

Mi ojo izquierdo no se recuperó nunca. Alguien debió apagarlo por dentro..., quizá una hormiga entró mientras yo yacía incosciente tirado en la hierba para tomarse la revancha por todas las malas tardes de domingo que le hice pasar.

Nunca jamás volví a recoger flechas. Recuerdo que, las noches de domingo, me tumbaba en la cama y cerraba los ojos, entonces empezaba a sentir en mi cara un suave cosquilleo, estaba seguro que era mi alfombra acariciándome la cara. Yo sonreía, me terminaba durmiendo y siempre, siempre, me aseguraba de que mi ojo ciego se quedara alerta para que mi alfombra permaneciese en su sitio..., justo a mi lado.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Uuuffff...tio, me ha dado un salto el corazon tras leerte...Podría haber pasado algo realmente chungo, que no quiero decir que lo que te ocurrió fuese bueno...(es evidente). Llevaba la sonrisa puesta mientras te leia, me veia reflejado en ti(cambiando arcos, flechas y dianas por escopetas, perdigones y perdices)pero ha habido un momento, que pensé que no era del todo cierto...
Lo habras pasado realmente mal campeon. Aunque, tras varias semanas que llevo leyendote, se que tu fuerza te ayudó a superar este percance.

Un beso gordo (escribes de lujo).

Para, creo que voy a vomitar dijo...

No, no, nada de sustos ni infartos, esta historia salió de mi cabeza, no pasó en realidad! Tengo los ojos en su sitio, afortunadamente.

Un beso para ti y gracias por pasarte por aquí.., ah, y, en serio, perdona por el susto! A veces cuelgo historias que son ficticias. A partir de ahora lo especificaré para no volver loco al personal.

Anónimo dijo...

.....jajajajaa...vale.....Pense q era real tio...!!!!Menudo susto me llevé!!Q cabroooon!!!!!!!!
Es q yo mientras no salgan marcianos o dioses en los post...todo me lo creo!!!!
Anda anda campeon...q inconscientemente te has quedao conmigo...!!!

Iván dijo...

Podías haber puesto un post data para quitarnos el susto del cuerpo...

Muy buena, como siempre, no sé por qué dices que es larga, a mi todo lo que escribes me resulta cortísimo y te leo muy bien, del tirón.

Por cierto, un poco de envidia, te contesto mientras acaricio a mi gato Horatio, que te manda saludos (pasa de esa alfombra!!!,jejeje).

Alumnedelmon dijo...

Este post da para mucho: podría ser una alegoría de la relación de ese niño con sus padres. Flechas, dianas, alfombras, hierba... pueden leerse como símbolos y dan a la historia una visión diferente. Menos tierna y más real...

En tus historias ficticias me da que cuentas mucho de ti. O no... quién sabe. ;) Y sí, a mi también me has sorprendido con lo del ojo y la flecha, aunque sabía que no eras tú el prota. Pero me quedo con lo de los cuatro maduros de pelo cano. Me juego una hormiga a que al niño le molaban un montón... a que sí?

Anónimo dijo...

Creo que la historia era un poco Hitchcock, no? La tensión de la soledad del niño y luego el elemento arco que con sólo pronunciarlo ya hiere, ya es violento...
Y todos sabemos que algo le va a pasar con las flechas y aunque sea malo queremos que le pase, porque cegarse le va a liberar de lo material...
Estoy bajo el influjo de los gelocatiles.

Ashavari dijo...

:) Yo me uno al club de los inocentes... También lo creí, pero bueno, da la casualidad que anoche me acosté muerta de la risa pensando en el perro de mi amiga Ruth. Es tuerto de verdad, y ayer se tumbaba sobre el ojo weno para que no le molestase la luz, tonto no es precisamente... Besos

paseillo dijo...

Sic: "dispuesto a contar otra historia , ficticia total, que nace de mi imaginación".
Hay que empezar a leer desde el principio, sin prisas. Mi dueño me ha enseñado a "leer" para poder "entender".Me ha gustado mucho tu historia, pero es muy triste para mi "cabezita" perruna.
Sigo leyendote.
Akira.

Anónimo dijo...

.

ERES MALO Y DEBES SER DESTRUIDO

Leí ayer tu post y no tuve tiempo de comentar. Hoy he leído los comentarios ¡y me entero de que no es cierto! Me has tenido un día entero preocupado, que lo sepas. Pobrecillo, qué pena, repetía una y otra vez en mi cabeza...

Y esto me hace pensar que hay que ver cómo es esto de los blogs. No os conozco de nada y siento hacia vosotros sentimientos de aprecio y preocupación. No quiero que os pase nada a ninguno. Así que, mi niño nauseativo, ten cuidado, por favor: es maravilloso que tengas esa capacidad para quedarte obnubilado con las gotas de lluvia, las piedras, el césped y las hormigas, pero presta un poco más de atención cuando vayas por ahí, vaya a ser que te pase como al niño de la manta.

Ah, se me ha olvidado decir que también siento hacia ti un sentimiento muy grande de admiración.

Un beso.

gianis dijo...

yo creo que las hormigas deben estar más enfadadas conmigo que con el protagonista de tu relato.
con ocho años solía coger una botella de alcohol de quemar que mi padre usaba para encender la barbacoa y rociaba los hormigueros. me encantaba ver cómo salían las hormigas disparadas de sus agujeros, cómo ardían sus cuerpos y cómo chisporroteaban.
después me iba a casa tan pichi, satisfecho de la tarea realizada, sintiéndome como schwarzenegger después de ajusticiar a unos cuantos terroristas islámicos.
qué tierna es la infancia, qué recuerdos...

Ashavari dijo...

Tiene usted tareas pendientes en mi blog :)

Anónimo dijo...

Puede usted incluso intentar presentar esta historia a algún concurso literario. Sería de agradecer.

En serio. Aquí hay muchos escritores y lo que no debemos hacer es convertirnos en "escritores frustrados".

Es una historia muy emotiva. Hace poco mi terapeuta me dijo: "el arte es poder devolverle la belleza que necesita el mundo". Sea de la manera que sea la creación es necesaria para suavizar estas texturas de un mundo desordenado, caótico, inseguro y a veces infeliz. No todo es negro pero no veo un buen equilibrio de colores.

Johnymepeino dijo...

¡Aquí un maduro!

Aunque todavía me debes (mal suena por dioj,por dioj) explicarme que porqué dices que no me crees que esté tan desesperado ¿desesperado y no es nada de lo que expliqué?. Entonces no capto y, eso sí, ejem... quiero saber, y cuanto más "másymejor".

Por cierto, espero que te guste la ópera: http://unforgettablesolitude.blogspot.com/2006/01/emep-msica.html